Cultura esencial
El triunfo de la razón
Ahí está, por extraño que parezca, la singularidad de España, que fue el primer país en reabrir -con las lógicas limitaciones y prudencia- la mayoría de sus teatros
Josep Maria Pou
Actor y director teatral
Josep Maria Pou
Fue el 11 de marzo del año pasado, a las once menos cuarto de la noche, terminada la representación de 'Justícia' en el Teatre Nacional de Catalunya, cuando las luces se apagaron de repente. Allí se hizo el oscuro. La noticia de que aquella había sido la última función porque se suspendían las que todavía quedaban pendientes para las tres próximas semanas y que, al mismo tiempo, se cerraban por tiempo indefinido todos los teatros de Barcelona (enseguida supimos de la extensión a Catalunya, España, Europa, el mundo entero), nos dejó conmocionados, ciegos, incapaces de orientarnos en ese escenario inexplorado hasta entonces. Y así entramos, a tientas, en el negro túnel.
Los actores estamos acostumbrados a movernos en lo oscuro. No es una metáfora (que también). Me refiero a que muy a menudo, en distintos montajes, los oscuros (el fundido a negro, del cine) son normales entre escena y escena. No es extraño, para nosotros, tener que salir del escenario, volver a entrar, cambiar de vestuario y hasta ayudar a mover la escenografía, en pocos segundos y siempre durante un oscuro. Pero la negra noche que estrenamos ese 11 de marzo era de otro signo. Y el túnel, que entonces calculábamos caminar en dos o tres semanas como mucho, ha resultado ser interminable. Una larga galería de tinieblas.
Un año ya. El mayor cambio de costumbres en menos tiempo de la época moderna. Un año en el que a todos -dentro y fuera de los hospitales- nos ha faltado el aire. En el que nos hemos movido en un infierno. Y en el que, en ocasiones, hemos llegado a rozar el cielo. Ahí está el esfuerzo -apabullante- de los profesionales de la sanidad. Ahí están la solidaridad y el voluntariado. Ahí está el triunfo de la ciencia. Y ahí están las vacunas en tiempo récord.
Ahí está, también, la acción decidida de los profesionales de la cultura que se lanzaron, desde el primer minuto, a reivindicarla como alivio, consuelo y medicina. Y la de quienes atinaron en declararla un bien esencial. Y ahí está, por extraño que parezca, el triunfo y la singularidad de España, que fue el primer país en reabrir -con las lógicas limitaciones y prudencia, por supuesto- la mayoría de sus teatros, en contra de lo que sucedía en el resto del mundo. Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Estados Unidos mantienen los teatros cerrados desde hace un año. Aquí se levantaron ya muchos telones en septiembre del año pasado. El Liceu y el Teatro Real son, desde entonces, los dos únicos coliseos de ópera del mundo en funcionamiento. Es solo ahora, desde hace unos días, que Australia permite abrir los teatros, Inglaterra anuncia la reapertura de los suyos para el 17 de mayo y la ciudad de Nueva York autoriza algunas representaciones aisladas a modo de prueba, confiando en abrir definitivamente el 4 de julio.
Pero mientras, ustedes y yo, afortunados, llevamos meses citándonos en un teatro y celebrando juntos, allí, el triunfo de la cautela y la perseverancia. O, por mejor decir, el triunfo de la razón.
Felicidades.
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