El desliz

Meghan, la venganza de Lady Di

Ese bebé pelirrojo que Diana de Gales sostenía en brazos en los 80 no era solo su segundo hijo, sino una bomba de efectos retardados en los bajos del coche de su ex

Enrique y Meghan familia real británica

Enrique y Meghan familia real británica / Andy Rain / Efe

Pilar Garcés

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Si el #MeToo pasara una noche loca con el #BlackLivesMatter y de ella naciera una hija sería la entrevista que ofrecieron Enrique de Inglaterra y Meghan Markle bajo la batuta experta de Oprah Winfrey. La vida superó una vez más a la ficción. La duquesa de Sussex, embarazada de su segundo retoño que será una niña, reveló que la presión a que la sometió Buckingham Palace fue de tal calibre que pensó seria y reiteradamente en el suicidio. Que el color de la piel de su primogénito Archie fue objeto de comentario preocupado en el seno de la familia real inglesa y aledaños. Que no salió de casa en meses por la ansiedad que el rechazo de su entorno le causaba y que le aseguraron que su descendiente no tendría ni título ni seguridad por puro racismo. A su lado, su marido y escudero asentía a todas sus palabras mientras la antigua actriz, hija a su vez de un matrimonio mixto, disparaba contra sus suegros, cuñados y contra una institución a la que uno de sus miembros se atrevía por primera vez a llamar La Firma en público, para acusarla de azuzar a la prensa amarilla en su contra. «¿En serio?», se extrañaba la divina Oprah cuando Meghan hablaba de la intranquilidad que generó el tono de epidermis del bisnieto número ocho de Isabel II. Pues claro que en serio. No vayamos a confundir la vida real, de la realeza, con un capítulo de ‘Los Bridgerton’.

Ese bebé pelirrojo, de tez lechosa y pecosa con cara de pillo que Diana de Gales sostenía en brazos en los 80 no era solo su segundo hijo, sino una bomba de efectos retardados colocada en los bajos del coche de su ex. Me encanta pensar que la lastimada Princesa del Pueblo, muerta en accidente junto a su novio egipcio, plantó la semilla de la desestabilización y el gusto por la rebeldía en el joven a quien no se conocía oficio hasta que se convirtió en el esposo de todas las diversidades y dejó atrás su gusto por disfrazarse de nazi en las fiestas. No creo que su exilio voluntario a Hollywood vaya a suponer un gran problema para su abuela, que ha sobrevivido a la guerra, al coronavirus y a los ojos de ciervo de su exnuera en su propia entrevista explosiva, y que de hecho fue la única destinataria de buenas palabras de la pareja. Pero sí para su padre Carlos y hermano Guillermo, herederos por este orden, que reciben otro misil catódico tras el revuelo causado por el revival del calvario de Lady Di auspiciado por la serie ‘The Crown’. El partido laborista ha pedido que se investigue si se ha producido racismo en la institución monárquica, que ha respondido con un comunicado lleno de amor en el que no se da por enterada de «ese racismo del que usted me habla». En el lado contrario, los partidarios de la corona sostienen que los duques de Sussex actúan por despecho. Cabe señalar que Meghan Markle tampoco se cortó a la hora de pronunciarse sobre su propio padre, acusado de traición en un vídeo que quedó fuera del montaje final, de manera que se puede decir que abatió casi todos los blancos que se le pusieron por delante.

Por la experiencia española, se podría decir que los allegados reales con demasiado tiempo libre y ninguna función acaban trayendo no solo gastos sino líos. Que se lo digan a Felipe VI, que ve la investigación de las finanzas opacas de su padre en un telediario y la vacunación arábiga por la jeta de sus hermanas en otro. Qué tiempos aquellos en que encendía la tele solo para ver buenas noticias y a la mujer de sus sueños.

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