Inteligencia artificial
Hacer tributar a los robots
Los gobiernos amenazan el empleo al reducir de forma continua la fiscalidad empresarial sobre las máquinas y subvencionar su compra
Antón Costas
Presidente del Consejo Económico y Social de España (CES)
Antón Costas
La inteligencia artificial va a destruir una cantidad ingente de empleos en los próximos años. No solo los de baja cualificación y salarios, sino empleos de “cuello blanco” de media o elevada cualificación cuyas tareas pueden ser realizadas ahora por robots inteligentes y algoritmos que toman decisiones (que antes hacían las personas). Las decisiones sobre concesión de créditos que dependían de los directores de oficinas bancarias ahora las hacen de forma más rápida y segura los algoritmos. Ocurre en otras profesiones, como diagnósticos médicos, sentencias judiciales o trámites o tareas que antes realizaban registradores y secretarios de ayuntamientos.
He vuelto a escuchar este pronóstico este jueves en un acto en València con el que se presentaba en sociedad la nueva Fundación LAB Mediterráneo promovida por la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE). El tema escogido para el debate fue el que plantea un interesante y sugestivo libro de los profesores y emprendedores Luis Moreno y Andrés Pedreño: “Europa frente a EEUU y China. Prevenir el declive en la era de la Inteligencia Artificial”.
La educación no es la respuesta
Una de las propuestas de los autores, compartida por otros expertos y estudiosos, para no perder el tren de la digitalización y, a la vez, evitar el impacto negativo en el empleo, es mejorar la educación. La idea es que si estamos más formados los robots no podrán sustituirnos en nuestras tareas. La educación nos permitirá escapar de la amenaza de los robots y los algoritmos.
Confieso que no me siento cómodo con esta propuesta. Hay muchas y muy buenas razones para mejorar la educación de los jóvenes y la formación de los trabajadores, especialmente los desempleados. Pero la educación no es la respuesta al desafío que plantea la inteligencia artificial. Si no es la respuesta, tenemos que volver a hacer la pregunta.
¿Por qué las empresas compran más robots de los necesarios para sustituir a los trabajadores existentes o evitar contratar nuevos? Una respuesta intuitiva es que los robots son más eficientes y productivos. Además, no plantean reivindicaciones salariales ni hacen huelgas.
Exceso de automatización
Pero los datos disponibles no avalan del todo esta explicación. Las investigaciones de Daron Acemoglu, un prestigioso economista del MIT, sobre la productividad de la economía norteamericana, concluyen que hay un exceso de automatización. Esta sería también la explicación al crecimiento económico menos compartido que hemos tenido desde los años 80. Por cierto, si son aficionados a las apuestas, háganlo por Acemoglu como futuro premio Nobel de Economía.
¿Qué explica este exceso de automatización previo al covid-19 y que ahora la pandemia está exacerbando? La respuesta de Acemoglou es la diferente fiscalidad sobre las máquinas y los trabajadores. En las últimas décadas los gobiernos han reducido de forma continua la fiscalidad empresarial sobre las máquinas, a la vez que subvencionan su compra. Por el contrario, los impuestos sobre el trabajo (cotizaciones a la seguridad social) se han mantenido muy elevados. Así las cosas, es lógico que se esté produciendo un exceso de automatización.
La conclusión que podemos extraer de este análisis es que la solución a la destrucción de empleo no es la educación, sino hacer tributar a los robots y disminuir el coste fiscal de los trabajadores.
Corremos por placer
Por cierto, el hecho de que los robots inteligentes puedan hacer mejor que nosotros algunas tareas y actividades no debe deprimirnos ni hacernos abandonarlas. En la novela ‘Máquinas como yo, gente como vosotros’, que dramatiza el impacto que tiene en las relaciones entre Miranda y Charlie la compra por parte de este de un robot humanoide doméstico llamado ‘Adam’, el escritor británico Ian McEwan cuenta la siguiente anécdota. Para demostrar la capacidad de las nuevas máquinas inteligentes sobre los humanos, IBM organizó un torneo entre Lee Sedol, maestro de Go, un juego similar al ajedrez pero de combinaciones casi infinitas, y su computador, Alfa Go. Tras la quinta partida perdida, el maestro se levantó, inclinó la cabeza ante el robot, le felicitó y con voz temblorosa dijo: “El jinete en su montura no acabó con el atletismo. Corremos por placer”.
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