La polémica

Traducir a Gorman: todos y todas tienen razón

Amanda Gorman

Amanda Gorman / ALEX WONG

Jordi Puntí

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La polémica literaria de la semana ha situado, inesperadamente, la poesía y la traducción en el centro de la actualidad. Los hechos son conocidos: Univers había comprado los derechos en catalán de The Hill We Climb, poema que la joven Amanda Gorman leyó en la investidura de Joe Biden como presidente de Estados Unidos. En seguida encargaron la traducción a un poeta con experiencia, Víctor Obiols, pero unos días después la agencia de la autora precisó que la obra debía ser traducida por "una mujer, joven, activista, poeta, con experiencia como traductora y, preferentemente, afrodescendiente". La editorial, pues, buscó otra traductora y entretanto Obiols siente que lo han vetado, a la vez que plantea un debate cultural: ¿hay que ser una mujer para traducir a una mujer?; ¿hay que ser negro para traducir a un autor negro?, etcétera.

Bien mirado, todos los protagonistas de la polémica tienen razón. Obiols hizo el trabajo que le pidieron, seguro que con el rigor que le conocemos. Como autora del texto, Gorman tiene derecho a decidir quién hace su traducción (aunque no sea algo habitual), al igual que puede escoger la cubierta de su libro, por ejemplo. Es muy sencillo: basta especificarlo en el contrato que firman el autor y el editor, con el agente literario como mediador. En el caso del libro en catalán, los detalles aún no se conocían cuando se encargó la traducción. La voluntad de publicarlo antes de Sant Jordi -y salir al mismo tiempo que la versión en castellano en Lumen- recomendaba avanzar en la edición mientras se cerraban flecos del contrato. En ese breve lapso de tiempo llegaron las condiciones que han puesto en marcha la polémica.

Más allá de los detalles, sin embargo, el debate pone luz en cuestiones más generales. Empezando por Amanda Gorman: su trayectoria fulgurante, desde que la nombraron Poeta Joven Nacional, a los 19 años y con solo un libro publicado, es un signo de nuestros tiempos. Es una autora que creció desde Instagram, con un perfil entre el activismo y el estilismo, y que solo después se abrió camino en los recitales de poesía. Su presencia en la investidura de Joe Biden obedece más a razones ideológicas y de identidad que literarias -una frontera que en estos tiempos convulsos a menudo es indistinguible-, y el efecto de este hype se detecta en la convivencia de un perfil muy comercial y unas exigencias que tienen sentido según la realidad de los Estados Unidos, pero que tal vez no sean aplicables (racialmente, como mínimo) en otros países.

El otro debate que se palpa en la polémica es el de la apropiación cultural, cada vez más vivo y radical. ¿Un hombre está capacitado para traducir la obra de una mujer, y viceversa? Del mismo modo que es esencial el respeto y la comprensión de las otras realidades sociales, étnicas, religiosas o de género, también lo debe ser que las líneas que definen la identidad de cada uno no sirvan para dividirnos, sino para unirnos, y una buena manera de traspasar estas líneas -de meterse en la piel del otro- es a través de la literatura.

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