Realidad virtual

El irresistible encanto de las máquinas que hacen "ping"

La tecnoutopía ciega deja al descubierto que tenemos más fe en la máquina que en las personas

A sociedad machista

A sociedad machista

Mar Calpena

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Se presentó a bombo y platillo el martes: los profesionales sanitarios del ICS se formarán en prevención de la violencia de género a través de un sistema de realidad virtual inmersiva que les permitirá vivir en primera persona la experiencia de una víctima de violencia de género. Que se los forme es objetivamente una buena noticia: solo durante el primer mes y medio del confinamiento se detectó un 70% de aumento en el número de casos atendidos en el teléfono de atención a las víctimas 900 100 120 respecto al mismo periodo del año anterior. Ahora bien, no deja de ser sorprendente que se apele a la necesidad de que usen para ello una pantalla inserta en un casco, como si la empatía no pudiera darse de no mediar la tecnología, y más en un gremio donde se le supone, como el valor en la 'mili'. 

Existe una cierta fascinación por las soluciones de alta tecnología para los problemas sociales, aunque existan herramientas más baratas y sencillas, como en este caso serían la formación a través de juegos de rol o una simple película. La fe en que el progreso tecnológico nos conducirá irremisiblemente a un mundo mejor ha sido dogma a izquierda y derecha del espectro, y se ha agudizado con la pandemia. Díaz Ayuso asumió pronto que era más fotogénico cortar la cinta de respiradores que contratar personal, y el fracaso de la implantación de la 'app' Radar Covid daría para una tesis.

En el primer 'sketch' de 'El sentido de la vida', de los Monty Python, un grupo de médicos se disponen a asistir un parto. “¡Traigan la máquina que hace ‘ping’!”, grita el ginecólogo John Cleese. El trasto, que nadie sabe para qué sirve, es el preferido de los directivos del hospital “porque se la alquilan a la empresa a la que se la vendieron, y así entra en el presupuesto mensual y no en la cuenta de capital”. El sketch es de 1983, y no han envejecido en lo más mínimo. Entre otras cosas, muestra como a la madre no se la deja opinar, y se la despacha instándola a que mire un par de vídeos -en todos los sistemas del momento- si siente depresión posparto. Ya entonces, como ahora, la tecnoutopía ciega deja al descubierto que tenemos más fe en la máquina que en las personas. Y eso da miedo.