Beat Generation

En el adiós a Lawrence Ferlinghetti

Por la edición de ‘Aullido’, de Allen Ginsberg, fue llevado a juicio y absuelto. Por su librería City Lights fue venerado por poetas y novelistas

ferlinghetti

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José Carlos Llop

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En todo movimiento artístico hay dos polos o figuras mayores a uno y otro lado del tapiz y los demás se mueven entre ambos. En la poesía de la Beat Generation, hay un grande admitido por todos que es Allen Ginsberg. Su poema 'Aullido' es uno de los mejores poemas-catarata del siglo XX y sus primeros versos, «Yo he visto a las mejores mentes/ de mi generación, destruidas», fueron de los más recitados en las barras de bar de finales de los 70 y entre algunos yonquis de los 80 (hablo, ahora, de España). 

El otro grande –aunque los hay dubitativos al respecto (o los hubo, la Beat Generation ya no es ni motivo de tesis universitarias)– es Lawrence Ferlinghetti, que acaba de morir a los 102 años de edad. Él fue el editor de ese poema de Ginsberg y fundó la famosa librería City Lights en San Francisco. Por la edición de 'Howl' fue llevado a juicio acusado de obscenidad y absuelto luego. Por su librería –cuyo modelo era la parisina Shakespeare & Company y que fue también editorial independiente– fue venerado por poetas y novelistas de su país. Cuidó de ella hasta que la vendió, e incluso después. 

Ginsberg venía de Whitman y en cierto modo de Tristan Tzara y de los surrealistas franceses; Ferlinghetti procedía de los románticos ingleses y del precedente de los surrealistas, es decir, de Apollinaire, además de haber leído bien tanto a Ezra Pound como a Paul Valéry. 

Su poesía fue más culta, o más cultista, como quieran, que la de sus amigos. Era un gran poeta y un librero feliz; sospecho que esa combinación hizo que la vida fuera tan generosa con él, bastante más que con sus compañeros de generación y más también que esos compañeros con él cuando pasaron los años, en los que Ferlinghetti pareció pasar a una segunda fila. Pero los ha sobrevivido a todos y en su rostro se reflejaba la alegría. 

Siempre he de recordar el día que aprendí su nombre para siempre. Fue en 1974 –yo tenía 18 años– al leer un poema suyo que me deslumbró, traducido por Agustí Bartra en su Antología de la poesía norteamericana. Años atrás repetí mucho esos versos y creo que los incluí en una de mis novelas, ya no recuerdo si 'El mensajero de Argel' o 'Reyes de Alejandría'. Dicen así: «Es terrible/ un caballo en la noche/ parado y solo/ en la calle tranquila/ relinchando/ como si un triste desnudo a horcajadas en él/ le apretara con piernas calientes/ y cantara/ una dulce y alta y hambrienta/ sílaba única.» Nunca he olvidado estos versos. 

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