Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

Una lágrima dice más que un llanto

Tras ocho noches sin pegar ojo por los gritos, cánticos, sirenas, vidrios rotos y el ruido de un helicóptero, Alicia va a ver a un psiquiatra para que le recete algo para dormir

Manifestantes a la altura de Arc de Triomf en el séptimo día de protestas.

Manifestantes a la altura de Arc de Triomf en el séptimo día de protestas.

Tras ocho noches, ocho, sin pegar ojo porque cada noche escuchaba gritos, cánticos, consignas, sirenas, vidrios rotos, el ruido de un helicóptero, Alicia se fue a ver a un psiquiatra para que le recetara algo para dormir. Una hora de charla y Alicia salió de allí con una receta, pero también con un diagnóstico: TAG, Trastorno de Ansiedad Generalizada. Al fin y al cabo, Alicia ha vivido ya la muerte de su padre, su propia enfermedad, su despido, la subida de la luz en pleno invierno, una factura eléctrica de 110 euros... 

Las ocho noches en vela fueron la gota que colmó el vaso.

No es lo mismo estar triste que deprimida: la depresión es como un gusano que te va devorando por dentro y solo deja vacío donde antes había vida

 "Exige [Hásel] unas mínimas condiciones dignas de vida que pasan por no querer compartir celdas porque son minúsculas, y son unas condiciones muy malas porque no se sabe qué tipo de preso te van a poner", está diciendo en la tele una chica muy joven. Alicia recuerda aquel tiempo lejano, cuando trabajó en el proyecto FAS de voluntariado universitario, con las presas de Wad-Ras. Cada sábado por la mañana, durante un año. Para las presas era un espacio necesario porque en la cárcel no tenían un lugar íntimo donde estar en paz.

Recuerda que las internas compartían celda, celdas que eran más pequeñas que el cuarto de baño de su casa en el barrio de Gràcia. Recuerda cómo le decían que no podían estudiar porque nunca encontraban un sitio donde hacerlo. Siempre había ruido, el omnipresente ruido, ese bullebulle constante de la cárcel. Aquello sí que eran malas condiciones... ¿Qué narices sabrá de clase obrera o de marginación un chico que no ha trabajado en la vida?, se dice Alicia. 

El 'caso Hasél'

La abogada habla de que "Pablo está muy contento por tanta gente en el Estado que se ha solidarizado con él". ¿Tanta gente? ¿6.000 personas en la calle son "tanta gente" cuando a una gira de Malú iban 450.00 personas antes de la pandemia? ¿Cuando las manifestaciones–las independistas, las españolistas– solían convocar a casi un millón de personas? Pero sobre todo ¿esa gente por qué no salió cuando los ambulatorios de atención primaria se empezaron a colapsar? ¿Por qué no salió ante los primeros recortes en Sanidad y Educación? ¿Esa gente no sabe que Alicia ha tenido que pedir prestado a su hermana para poder ir al psiquiatra privado, porque la lista de espera en la pública era de seis meses?

Alicia no se da cuenta, pero está llorando en el bar, en el mismo bar en el que está puesta la tele a todo volumen. En el último año, muchas veces llora en público, sin razón aparente. La camarera se la queda mirando. No son exactamente amigas. Alicia ha ido a desayunar allí para hacer gasto, sabe que el bar está medio arruinado, y quiere poner su grano de arena. "No me pasa nada –le dice Alicia–, estoy un poco deprimida". "No, no estás deprimida, estás triste. Créeme", dice la camarera. "Sé de lo que hablo, conozco la tristeza. La depresión es peor, es como un gusano que te va devorando por dentro y solo deja vacío donde antes había vida. Cuando no te quedan ni ganas de llorar, entonces estás deprimida".

Alicia se fija en los ojos de la camarera, secos como pozos vacíos, y se nota una lágrima que le escuece la mejilla. 

Piensa en su marido y los niños, que le esperan en casa, y cree que quizá debería alegrarse, al menos, de estar viva y de sentirse amada. 

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