BARRACA Y TANGANA

La última vez

Están los que se iban del estadio antes del final y los que celebran un título cuando todavía no ha acabado el partido. De esa gente no me fío

Braithwaite calienta antes del Real Sociedad-Barça de marzo del 2020, el último con público en el Camp Nou.

Braithwaite calienta antes del Real Sociedad-Barça de marzo del 2020, el último con público en el Camp Nou. / FC Barcelona

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ayer estaba preparando un reportaje, charlando con Marina, y le pregunté qué recordaba de la última vez en el estadio, qué guardaba en la memoria del último partido con aficionados en las gradas, antes del cierre por la pandemia del covid. Entre otros, Marina señaló un aspecto en el que yo no había caído: nuestro equipo iba perdiendo aquel día y muchos aficionados se marcharon antes de que terminara el partido. A ella le gustaba llegar pronto e irse la última, y se preguntaba si todos aquellos que habían renunciado a esos últimos minutos de fútbol, ahora, un año después, harían lo mismo o valorarían la dicha que supone, que siempre supuso por mucho que uno pueda sufrir o perder, estar en la grada viendo a los tuyos, con los tuyos, y con todos vivos y sanos.

Ese irse o quedarse cuando todo parece perdido es una de las actitudes futbolísticas que mejor definen cómo somos y cómo vivimos. En mi caso, sea cual sea el resultado, siempre pienso que puede cambiar, y me vale igual para las situaciones de esperanza o para los momentos de auténtico pánico. Por muy mal que juegue mi equipo, en el fondo creo en la remontada. Por muy bien que pinte el asunto, temo un descalabro sobre la hora. Sé que ocurre muy pocas veces y por eso se suele llamar milagro, sé que es improbable porque lo dicen las estadísticas, la experiencia y las cuotas de las casas de apuestas, pero también sé que puede pasar y que esa posibilidad, además, es el motor de mi adicción como hincha. Hay quien se va del estadio a cinco minutos del final y hay quien celebra la victoria antes de hora. Yo de esa gente no me fío. Yo ni siquiera ironizo por WhatsApp del que parece acabado por si el karma me la devuelve después con un golazo.

De un día para otro

La gracia de las últimas veces es no saber que son las últimas veces. Seguramente, si todos aquellos que se marcharon del estadio hubieran sabido que era la última vez, se habrían quedado, pero entonces, también seguramente, no nos hubieran enseñado cómo son de verdad. Hace unos años, cuando buscaba motivación para ordenar algo mi vida, me apenaba pensar que ya nunca se me haría de día jugando al Fifa en la Play, o que jamás despertaría con resaca un miércoles cualquiera a media mañana. Me apenaba pensar que esa noche era la última vez, me negaba, y no podía soportarlo. Después, de un día para otro, te olvidas. Es como dejar de jugar partiditos en el patio del colegio, como cambiar de serie cuando agotas las temporadas. Pasas de pantalla. Simplemente se acaba.

De niño tuve un entrenador que nos decía que entrenáramos cada día como si fuera la última vez, que jugáramos cada partido como si fuera el último, sin dejarnos nada, porque nunca se sabe en realidad cuándo es la última vez, pero nosotros éramos infantiles que nos reíamos y no le hacíamos mucho caso. Una tarde llegó al entrenamiento un compañero sin botas ni mochila y nos explicó que dejaba el fútbol por una dolencia en el corazón. El entrenador nos reunió en un círculo sobre el campo, detectó que algo había crujido, nos recordó que nunca se sabe cuándo es la última vez, y ya no se reía nadie. Como en este año de covid, sentimos muy próximo lo que parecía lejano. Ese día el entrenamiento fue raro.