Lucha contra el covid

La orquesta del 'Titanic'

Por más listillos que se salten la cola, lo cierto es que la mayoría de la población guarda turno para recibir la vacuna, porque están conformes en priorizar a mayores y sanitarios

Una mujer de más de 80 años recibe una vacuna dentro de un coche en Vitoria.

Una mujer de más de 80 años recibe una vacuna dentro de un coche en Vitoria. / Pablo González / Europa Press

Jordi Serrallonga

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Los relatos sobre la fatídica noche del 14 al 15 de abril de 1912 hablan de una orquesta: la Wallace Hartley Band. Ocho músicos contratados para animar a la 'crème de la crème' de la alta sociedad. Pasajeros de primera clase embarcados en un colosal transatlántico que el orgullo humano había tildado de insumergible: el 'RMS Titanic'. Pero, se hundió; el dramático final que ni tan siquiera pudo alterarla historia de amor protagonizada por Kate Winslet y Leonardo DiCaprio. A la inversa de 'Pretty Woman', aunque con desenlace shakespeariano, chica rica se enamora de chico pobre; el mismo que, aupado en la proa del buque, grita a Neptuno: «Yo soy el rey del mundo!». Poco podrá saborear las mieles de la pasión, o el elegante salón de baile, pues muere de hipotermia en las heladas aguas del océano. Un expeditivo recordatorio para todo díscolo plebeyo: las clases existen.

Hoy no llevan floridos apellidos precedidos de lord, lady, conde o marquesa, sino que son alcaldes, directores de hospital, generales, obispos (¿acaso no decían que era mejor rezar que abrazar a la ciencia?) u otros cargos. Hablo de los espabilados que, saltándose el turno, han recibido su dosis de vacuna contra el SARS-CoV-2. No me pilla por sorpresa. Lo llevamos marcado a sangre y fuego, pero no en los genes –y lo digo para evitar que, como siempre, echemos la culpa a nuestros sufridos ancestros prehistóricos–, sino en la cultura. Está claro, las lecciones de ética se impartían a última hora del viernes para pasárnoslas por el forro. Ocurrió igual durante el confinamiento: mientras abuelos y abuelas morían en casa, o en las residencias, sin acceso a las PCR –también llegaron tarde para el personal sanitario–, autoridades públicas anunciaban que habían dado positivo, o negativo, tanto ellos como cónyuge y allegados. ¿Por qué ahora iba a ser diferente? ¡Sálvese quién pueda! Tonto el último.

Los canallas del siglo XXI se ríen de la plebe y se creen protegidos del virus, pero solo podremos empezar a vencer la pandemia cuando un mínimo del 70% de la ciudadanía esté vacunada

La orquesta del 'Titanic' estuvo tocando en popa mientras la marinería chillaba aquello de «mujeres y niños primero». La banda pereció ahogada. Por supuesto que en todas partes cuecen habas, y la leyenda que rodea a los músicos del 'Titanic' –se les consideró como ejemplo de una sociedad civilizada–, contrasta con el hecho de que, sin botes en su cubierta asignada, sobrevivió menos de un tercio de los pasajeros de tercera clase. En cambio, ciertos magnates tuvieron plaza reservada hacia la salvación terrenal.

Aun así, prefiero no pensar en los pocos canallas del 'Titanic', sino en las muchas personas que –desde primera clase hasta tercera, incluida la orquesta– dieron un paso atrás para salvar a otras, sobre todo, niñas y niños. ¿Existe una oportunidad para el homo sapiens? Opino que existe y debemos aprovecharla. Por más listillos que se salten la cola –siempre los habrá–, lo cierto es que la mayoría de la población guarda turno para recibir la vacuna del covid-19. Están conformes en priorizar a mayores y sanitarios. Son la nueva orquesta del 'Titanic'.

Una orquesta que toca para todo el planeta. Los canallas del siglo XXI se ríen de la plebe y se creen protegidos del virus, pero no es así. A nivel científico, solo podremos empezar a vencer la pandemia cuando un mínimo del 70% de la ciudadanía esté vacunada. Lo cual no acabará con el virus –otras enfermedades, tras longevas y probadas campañas de vacunación, siguen su curso–, pero sí disminuirá drásticamente el contagio, la mortalidad, los casos que acaban derivando en hospitales y posibilitará, de nuevo, la vida social y económica. No es cosa de ciudades más o menos importantes, o de países más o menos ricos, la efectividad contra la pandemia depende de la universalización de los tratamientos. Hasta que el 70% de la población mundial no sea vacunada el bote salvavidas, medio vacío, puede naufragar.

El político, obispo, general o caradura que, con sus dos pinchazos furtivos, piense en zamparse una mariscada local, o disfrutar de un safari por África, seguirá a merced de los caprichos del covid-19 hasta que, sin distinción de nacionalidad, sexo, creencias o condición económica, no hayamos vacunado al resto; y el tiempo corre en contra (véase el caso de las variedades del virus detectadas). Esta vez, los de primera clase se han pasado de listos.