El panorama tras el 14-F
¿Hay espacio para el centro?
A Catalunya le conviene que el centro soberanista esté, no como complemento de nadie, sino con la ambición de representar un amplio espectro de la sociedad catalana
Carles Campuzano
Conseller de Drets Socials.
Carles Campuzano
El espacio de centro soberanista ha desaparecido del Parlament de manera muy contundente. Las dos candidaturas que aspiraban a representar este espacio, y que no fueron capaces de ponerse de acuerdo, se han quedado fuera del hemiciclo del parque de la Ciutadella. La política catalana ha sido durante estos últimos años una máquina trituradora de líderes y partidos. Y, sin duda, la principal víctima ha sido el espacio convergente que había aspirado a representar un cierta idea sobre el país, un determinado modelo de sociedad y un concreto estilo de hacerlas cosas.
Y aquí no valen las excusas. Es evidente que todos aquellos que, de una manera u otra, hemos tenido responsabilidades políticas de primer nivel en este espacio, somos corresponsables de esta situación, cada uno, claro, en su medida. Las explicaciones sobre la destrucción de este espacio pueden ser muchas, pero más que distraernos en el lamento de lo que hubiera podido ser y no ha sido, toca preguntarnos si la sociedad catalana de hoy reclama y necesita una oferta política de este estilo o, por el contrario, las demandas de fondo que el espacio de centro, que había representado con tanto éxito Convergència, que era algo más que el centro hoy, o bien encuentran respuestas en las actuales fuerzas con representación en el Parlament, o bien son extremadamente minoritarias y están condenadas a extraparlamentarismo, o bien han quedado relegadas hasta que cerremos la etapa excepcional que hemos vivido durante estos años.
Es probable que estas tres razones, en diferente medida, expliquen también el fracaso de las candidaturas del centro soberanista. El centro soberanista no está porque no hay suficiente catalanes que se sientan huérfanos de representación en este espacio. En política, los vacíos de representación son siempre llenados por alguien y por ahora no parece que este vacío sea lo suficientemente grande para merecer una digna representación en nuestro parlamento. Los votantes centristas, que hay, como en cualquier sociedad democrática, han encontrado cobijo en las candidaturas con representación parlamentaria y también, claro, en la abstención y el voto blanco y nulo, tan numeroso en esta ocasión.
Tengo la impresión de que en ninguna parte está escrito que el espacio de centro tenga que volver porque sí. Dependerá muy poco de una mirada nostálgica sobre el pasado y lo que representó Convergència y dependerá, sobre todo, de saber ofrecer un proyecto de país sólido, que conecte con los valores y los ideales de las nuevas clases medias catalanas de la tercera década del siglo XXI, que ofrezca una salida democrática al conflicto con el Estado y que identifique de manera acertada los enormes retos colectivos que tenemos planteados en los ámbitos económico, social, tecnológico, ambiental y cultural de este cambio de época.
Los votantes centristas han encontrado cobijo en otras candidaturas, en la abstención y el voto blanco y nulo, tan numeroso en esta ocasión
Seguro que no es fácil en tiempos de polarización ideológica y fracturas sociales, de heridas profundas en la sociedad catalana como consecuencia de las injustas prisiones y de toda la judicialización del conflicto político que estamos todavía sufriendo.
Creo, sin embargo, que al país le conviene que este espacio esté y que esté no con vocación de complemento de nadie, sino con la ambición de representar un amplio espectro de la sociedad catalana. Conviene que esté no por evitar que la extrema izquierda condicione la gobernabilidad del país, sino para romper la dinámica de los bloques que hacen imposible los acuerdos amplios que el país necesita para superar el actual estancamiento del conflicto político.
Conviene que esté no por defender solo una determinada política fiscal o la colaboración público-privada, sino para defender un determinado modelo de país válido para todo el mundo y que haga hincapié en las reformas que se necesitan para garantizar el buen gobierno, el compromiso con Europa, la competitividad de las empresas, la sostenibilidad del Estado del bienestar, el fortalecimiento de la sociedad civil, la transformación del sector público, la recuperación de la movilidad social y la transición ecológica, a fin de afrontar el evidente riesgo de decadencia del país.
Y conviene que esté para ejercer sin complejos la influencia catalana en la política española y europea, rehuyendo la inhibición en los asuntos que se deciden en Madrid y las tentaciones de bloqueo, que a menudo son expresión más que nada de impotencia. El centro debe volver.
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