Críticas a los Mossos

El país sin derechas

Querer ser a la vez el sistema y el antisitema es un imposible que ha llevado a hacer DUI de 22 segundos

Miquel Sàmper

Miquel Sàmper / EFE / ALEJANDRO GARCÍA

Ernest Folch

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Catalunya es el primer país del planeta en el que ningún partido se reconoce de derechas. La violencia policial es ya homologable a cualquier Estado europeo, con ojos reventados y encapsulamientos temerarios, pero la auténtica y verdadera novedad mundial es que nadie con responsabilidad en el Govern cierra filas con los Mossos. De repente, los partidos del Gobierno saliente y probablemente futuro, a lomos de una nueva oleada pseudorrevolucionaria, se han vuelto unos activistas anti-Brimo, aunque, eso sí, desde los despachos oficiales. Como ya sucedió en Urquinaona, el independentismo vuelve a dispararse al pie denunciando solamente los abusos policiales pero poniéndose descaradamente de perfil ante la violencia desatada de pedradas y saqueos: un doble rasero que desmiente la vieja idea de la revolución de las sonrisas y da munición gratis a los que quieren ensuciarlos.

Curiosamente, durante cinco días la alcadesa Colau, de origen antisistema, ha sido la única gobernante que ha salido en defensa de los cuerpos policiales actuando como un partido de orden. Definitivamente, hay fenómenos paranormales que solo pueden suceder en Catalunya: como que el partido que desde hace 10 años dirige la Conselleria d'Interior, diga que la actuación de los Mossos es inadmisible el día que se asalta salvajemente una comisaría en Vic. Y es que el cortocircuito catalán es el mismo desde que empezó el 'procés': Convergència, con o sin cambio de nombre, quiere ser a la vez el sistema y el antisistema, el orden y la revolución, un imposible que le ha llevado a perder el liderazgo del independentismo y a proclamar DUI, pero solo de 22 segundos.

El resultado es que esta derecha con breves ataques guerrilleros no quiere serlo, al menos de palabra, porque admitirlo implicaría renunciar al activismo. Es decir, se trata de conservar el poder pero sin el coste de su ejercicio. Cuando se enfríen los contenedores y las terrazas dejen de arder, JxCat volverá a acordarse que es el partido de los ‘botiguers’, o que por ejemplo está en contra del impuesto de sucesiones. Como dijo uno de sus líderes, “ideología o soberanismo”. Es decir, hasta llegar a Ítaca nadie puede ser de derechas. 

Suscríbete para seguir leyendo