La nota

Tras la debacle de Cs

La culpa fue de Rivera, pero Arrimadas tendrá serios problemas para mantener un partido de centro con credibilidad

Pla mitja del candidat de Cs a la Generalitat  Carlos Carrizosa  compareixent al costat de la presidenta del partit  Ines Arrimadas  el 14 de febrer de 2021 (Horitzontal) Gerard Artigas ACN

Pla mitja del candidat de Cs a la Generalitat Carlos Carrizosa compareixent al costat de la presidenta del partit Ines Arrimadas el 14 de febrer de 2021 (Horitzontal) Gerard Artigas ACN / Acn/ Gerard Artigas

Joan Tapia

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El partido fundado por Albert Rivera, con Inés Arrimadas como candidata a la Generalitat, ganó las elecciones del 2017, las convocadas por Rajoy que siguieron a la DUI y al 155, con el 25,3% de los votos y 36 escaños. Cuatro años después, Cs, con Carlos Carrizosa de candidato, ha obtenido la quinta parte del porcentaje de votos (5,6%) y 6 míseros escaños. Es una gran debacle. ¿Cuáles son las causas?

 La mas inmediata es la campaña. El peleón Carrizosa no transmitía ni la frescura ni el encanto de Inés Arrimadas cuatro años antes. Tampoco era el candidato natural ya que las primarias habían coronado a Lorena Roldán, que fue relevada por la cúpula. Quebrar, poco antes de las elecciones, el respeto a las decisiones de unas bases algo alicaídas no genera ningún entusiasmo.

Además, en el 2017 -la participación del 79% contra la del 53% de ahora así lo indica- fueron a votar muchos no secesionistas asustados por la independencia, a menudo abstencionistas en las autonómicas -menos en las legislativas españolas- que el domingo se quedaron en casa. Tras los años de Torra y su pancarta la independencia espanta bastante menos.

Además, tras su victoria del 2017, Arrimadas ni intentó presentarse a la investidura y luego dejó Catalunya para hacer política en Madrid. La sensación ha sido que Cs se ha opuesto sistemáticamente -sin ninguna apertura al diálogo- a la Generalitat y solo ha utilizado sus éxitos en Catalunya como un plus en la política española. El triunfo en Catalunya del 2017 -junto a la promesa bien trabajada de un partido liberal de corte europeo en España- fueron las dos claves del gran resultado de Albert Rivera en las elecciones españolas de abril del 2019.

Oponiéndose por el centro al PP, y por la derecha al PSOE, Rivera sacó entonces 4.155.000 votos y nada menos que 57 diputados (frente a 66 del PP). Pero a Rivera se le subió su imagen presidencial a la cabeza y en vez de un pacto con el PSOE, que hubiera dado a España un gobierno socialliberal con 180 diputados, prefirió ir a unas nuevas elecciones aspirando a quedar delante del PP y convertirse en el nuevo y joven líder de la derecha.

 Pero el PP, incluso en horas bajas aún tenía en España un buen fondo de comercio, y los electores castigaron a Rivera, que perdió 2,5 millones de votos (bajó del 15,9% al 6,8%) y de 57 escaños a solo 10. Los electores sancionaron a Rivera y a Cs por olvidar el pragmatismo -marca de los partidos liberales europeos de centro- y supeditar los valores liberales a una desmedida ambición personal. Y Rivera se marchó con aires de triunfador y decepcionando al empresariado que le veía como garantía de moderación.

A partir de ahí Arrimadas ha intentado, muchas veces con acierto, recuperar el posibilismo. Pactando con el PP muchos gobiernos autonómicos, pero también con Pedro Sánchez las prórrogas del estado de alarma y dialogando a fondo sobre los presupuestos. Pero en Catalunya la imagen de Cs ya estaba muy desgastada y los errores de la campaña tampoco han ayudado.

 Rivera creó Cs en Catalunya y, aupado por los errores del independentismo unilateral y de Rajoy, lo llevó a la cima (en el 2017 fue primero en Catalunya y en el 2019 tercero en España), pero luego su increíble pérdida del sentido de la realidad (que recuerda algo a Puigdemont) acabó haciendo de Cs un partido marginal.

A España le conviene un centro liberal y posibilista, pero tras la debacle del domingo, ¿podrá Inés Arrimadas mantener a Cs como un partido con expectativas?

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