Viajar a través de la lectura

Leer el mundo

A los seres humanos nos gusta compartir las historias que nos han marcado, porque al hacerlo compartimos algo importante para nosotros: las emociones

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Care Santos

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Leer libros de autores de otras culturas y países es como viajar a coste cero y sin gastar días de vacaciones. La frase es de mi amigo —lector voraz— Pei Serrano. La escribió en un correo electrónico en el que me recomendaba autores israelís. Terminaba yo el ensayito de Roberto Calasso 'Cómo ordenar una biblioteca', recién publicado por editorial Anagrama, y subrayé una frase en honor a estas conversaciones electrónicas: «Todo lector verdadero sigue un hilo, aunque también pueden ser cien hilos a la vez». Al contemplar una biblioteca, esté ordenada o en el desorden inevitable que defiende Calasso, ese hilo se hace visible. Quizá por eso él, confiesa, prefiere forrar sus libros —como quien forra su alma—, para que sus visitantes no lo sepan todo de él de un solo vistazo a su biblioteca.

La escritora y editora inglesa Ann Morgan se preguntó hace unos años qué veían los demás al mirar su biblioteca. Descubrió alarmada que solo tenía libros ingleses y norteamericanos. Se tenía por una persona cosmopolita y culta pero sus libros, dice, «contaban otra historia». Con la intención de poner remedio a este vacío cultural resolvió emplear un año en leer un libro de ficción de cada uno de los países del mundo, tomando como referencia la lista de estados reconocidos por la ONU. El año que pasó «leyendo el mundo» resultó para Morgan una aventura plagada de sorpresas. Descubrió lo complicado que resultaba conseguir libros de ciertos países, la escasez de traducciones al inglés de muchas literaturas, cuando no la ausencia absoluta (como en el caso de Madagascar). Pero también la gran cadena de solidaridad que desató su proyecto. Personas de todas partes del planeta le escribieron para recomendarle libros. Libreros de varios países se los enviaron sin coste. Y hasta hubo un traductor que vertió al inglés una novela entera solo para ella. Morgan da una explicación preciosa a toda esta oleada de generosidad: a los seres humanos nos gusta compartir las historias que nos han marcado, porque al hacerlo compartimos algo importante para nosotros, que ocurre además en lenguaje universal: las emociones. Todo esto lo cuenta en una Ted Talk muy visitada en la red que se titula, precisamente, 'Mi año leyendo un libro de cada país del mundo'.  

Es fácil sospechar que el proyecto reportó a Ann Morgan el conocimiento de culturas remotas, por las que nunca se había interesado ni pensaba hacerlo. Me pregunto si no nos convendría a todos hacer lo mismo. Si no le convendría al mundo. Morgan concluye diciendo que hoy día su biblioteca presenta un aspecto muy distinto al de antes de emprender esta aventura. Y yo regreso a Calasso y me planteo cuál será el orden de esa biblioteca: ¿continentes? ¿colores? ¿emociones? ¿o el tan imperfecto como inevitable orden alfabético? Según el genio italiano, ningún método evitará que de vez en cuando un libro se pierda inexplicablemente y otro aparezca cuando se creía perdido. Ni que de pronto dos volúmenes que conviven en el mismo estante se repelan mutuamente. Misterios de las bibliotecas.  

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