BARRACA Y TANGANA

Dos balones

Balones

Balones / EFE / JUANJO MARÍN

Enrique Ballester

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Si mis hijos no preguntan nada, últimamente, pues mejor. Delia se acerca mucho para que le ayude a hacer los deberes. Me río yo de la presión del fútbol profesional o de la tensión del trabajo, me río yo de la exigencia de los entrenadores o de los jefes en comparación con el temor a no saber hacer los deberes de tu hija, que ojo con las matemáticas de cuarto de Primaria, que estoy intentando que no descubra tan pronto que su padre es idiota, que menos mal que existen Google y las calculadoras. El pánico al fracaso como padre y ser humano se compensa, como en todo, con el estímulo mayor del premio. Con esa medalla anímica que conlleva resolver su duda y que piense que eres útil, al menos de momento. Mis días como referente han entrado en el tiempo de descuento.

En mi casa, supongo, pasa lo que en cualquier otra casa pasa. Los padres nos acostamos más tarde que los hijos y los hijos se despiertan antes que los padres. Yo soy el más viejo y el último en acostarme. Cada noche, cuando me levanto del sofá para ir a dormir, planto en el suelo dos balones con cuidado y en silencio. Cada noche coloco dos balones frente a la portería que hemos vuelto a poner en el salón, justo en el camino que mis hijos recorren para sentarse frente a la tele cada mañana, cuando se despiertan. Después, lo primero que hago al día siguiente, tras salir de la cama, es comprobar si los balones siguen ahí o si ha funcionado mi estrategia. Mi táctica casi mágica y de teoría perfecta: un día que empieza con un gol a puerta vacía es difícil que se tuerza. Por eso prefiero que los balones no sigan ahí, al despertar, prefiero que mis hijos comiencen el día con la pequeña gran alegría del gol, prefiero que aprovechen ese regalo sencillo del disparo franco a puerta.

Pocas explicaciones

A mis hijos no les he explicado que soy yo quien deja los balones listos para el chut matinal, para qué, y ellos tampoco han comentado nada al respecto. Ya lo sabéis: últimamente mejor si no preguntan nada. Igual piensan que es obra de algún Papá Noel del balompié, algún ser todopoderoso y generoso que sabe lo bien que se portan, y así les recompensa. Igual preferirían un desayuno de verdad en lugar de un par de balones junto a la puerta. Igual no piensan nada y simplemente patean lo primero que se encuentran.

A veces despierto y los balones siguen ahí. En ese caso soy yo el que mete los goles, que es un poco como comerte las sobras de la cena con desgana. La vida adulta consiste en comer sobras e ir por casa apagando la luz en habitaciones vacías preguntando al aire quién la ha dejado encendida. En mi casa pasa lo que en cualquier otra casa pasa. Cruzas el día haciendo coberturas, ya sea al interior que no regresa, al central que se incorpora o al lateral que sube la banda. La vida adulta a ratos parece una estafa.

Recordando los cromos

Y si mis hijos no preguntan nada, últimamente, pues mejor. Teo se acercó a la tele y me preguntó de qué equipo eran los que jugaban vestidos de blanco. Le dije que del Real Madrid, que se acordara de los cromos y que eso lo sabía hasta un niño de tres años, y él me contestó: «Ah, pero yo no, que yo tengo cuatro, que estás tonto». Dos balones les dejo cada noche, con todo mi amor, y así me lo paga. Mis días como referente se acaban.