La nota

El veto a Illa

Tras más de 10 años de división entre independentistas y constitucionalistas, lo peor sería erigir 'cordones sanitarios'

Salvador Illa

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Joan Tapia

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El miércoles irrumpió en la campaña un escrito firmado por los dirigentes de cinco grupos independentistas (JxCat, ERC, CUP, PDECat y la lista extraparlamentaria Primarias) en el que se comprometen a excluir al PSC de todo pacto para la formación del próximo Gobierno. Curioso, el compromiso no sale de los partidos sino de un pequeño grupo Catalans per la Independència, escindido de la ANC.

El documento confirma que la irrupción de Illa ha generado inquietud en el soberanismo. Claro, las encuestas colocan al PSC en primera posición, con 32 o 33 escaños, casi el doble de los obtenidos hace cuatro años. ERC, que ha votado los Presupuestos de Pedro Sánchez, no quiere facilitar las críticas de JxCat que la atormenta acusándola de aspirar a un tripartito de izquierdas, y el PDECat, los exconvergentes que tienen opciones de entrar en el Parlament, huyen de que Puigdemont les tilde de nacionalistas tibios. El miedo a Illa traspasa la frontera nacionalista. Este jueves la prensa de derechas de Madrid acusaba, nada menos que en sus portadas, al candidato del PSC de haberse vacunado irregularmente.

Un documento así, en la recta final de campaña, tiene el valor que tiene -el candidato del PP dice que es un engaño y que el pacto PSC-ERC ya está hecho-, pero sí muestra una perniciosa voluntad de exclusión. Si se aplicara, estaríamos ante algo similar al pacto de los partidos alemanes que prohíbe cualquier Gobierno en el que participe la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD).

Tras un largo decenio de división entre independentistas y constitucionalistas, lo que menos precisa Catalunya son los vetos y los 'cordones sanitarios'. Cierto que un Gobierno transversal, de independentistas y constitucionalistas, sería muy difícil de pactar y articular, pero excluirlo ya de entrada, como principio sacrosanto, indica miopía política y poca conciencia de país. No puedan querer lo mejor para Catalunya quienes, antes de cualquier discusión programática para la legislatura, erigen el dogma de que el partido más representativo -según todas las encuestas- de la mitad de Catalunya que no comulga con el separatismo debe ser vetado de cualquier Gobierno.

Además, excluir al PSC limitaría mucho las opciones de gobierno. Un pacto de izquierdas, de ERC con ECP, sería casi imposible al necesitar los votos de JxCat y es sabida la incompatibilidad profunda entre comunes e independentistas de Laura Borràs. La exclusión del PSC forzaría casi con seguridad -y siempre que el independentismo conserve la mayoría absoluta- una repetición del pacto JxCat-ERC que en la pasada legislatura no ha funcionado.

Es más, la disolución del Parlament solo se produjo porque JxCat y ERC, a la greña toda la legislatura, no supieron acordar ni un nuevo 'president' para sustituir a Quim Torra. Quedaba legislatura por delante, lo agotado era la entente entre las fuerzas del Govern. El sectarismo era tal que JxCat ni toleró que Aragonès asumiera la presidencia en funciones que le correspondía. Aragonès solo fue “vicepresidente en funciones de 'president'”.

¿Quieren JxCat y ERC repetir un pacto fracasado? Solo habría una posible renovación, la entrada en el Govern de las CUP, cuyo apoyo sería obligado pues parece improbable -ninguna encuesta lo contempla- que JxCat y ERC sumen mayoría absoluta.

Excluyendo al PSC, Borràs y Aragonès (o Aragonès y Borràs) estarían casi forzados a un “más de lo mismo”, que ha acabado hartando a ambos. Eso sí, los antisistema de las CUP podrían ser la guinda del pastel.

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