El cinturón contra el PSC

Coraje o subordinación

El compromiso de no pactar con los socialistas es una apuesta por ahondar en la división identitaria que, tácticamente, mantiene a ERC cautiva de JxCat

Debate de los nueve candidatos a la Generalitat en las elecciones del 14-F.

Debate de los nueve candidatos a la Generalitat en las elecciones del 14-F.

Paola Lo Cascio

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Ya casi al final de esta atípica campaña se ha conocido la existencia de un acuerdo escrito y firmado por todas las fuerzas independentistas (con indicación de los DNI de los firmantes) en el cual se comprometen literalmente, "sea cual sea la correlación de fuerzas surgida de las urnas, en ningún caso a pactar la formación del gobierno con el PSC". Parece ser que el documento ha sido impulsado por Catalans Per la Independència, que se define como una "nueva asociación desvinculada de todos los partidos políticos y otras entidades" que tiene "un objetivo claro: crear y participar en acciones que mantengan y aumenten el espíritu de lucha activa para alcanzar la independencia". En buena parte, quienes la conforman proceden de la ANC. El documento fue firmado el dia 8 de febrero por Laura Borràs de Junts, y dos días después por Dolors Sabaté de la CUP, por Laura Omella de Primàries, Àngels Chacón del PDECat y también por Sergi Sabrià, de Esquerra Republicana de Catalunya.

Hay que preguntarse por la lógica, política y también electoral, de por qué estas fuerzas han decidido firmarlo. Porque mirado con un poco de distancia, no deja de ser muy sorprendente y atípico en el panorama de las democracias consolidadas europeas que existan cordones sanitarios no con respecto a la ultraderecha –como en muchos sitios se está haciendo, con o sin papeles de por medio- sino contra una fuerza política de la familia socialdemócrata.

Parece razonable pensar que hay dos lógicas, una más de fondo y otra más ligada a la táctica.

Voluntad de división

La lógica de fondo, que es la que permite este tipo de movimiento, atañe a la voluntad explícita de perpetuar la situación de división sobre la base de la idea de que ser independentista es lo que habilita a ser catalán. De esta forma, por no ser independentistas no se reconocen como integrantes de la comunidad nacional a algunas fuerzas políticas, y -lo que es más preocupante- a sus votantes. Es la lógica que ha guiado el 'procés' hasta ahora: se puede ser conservadores como el PDECat o anticapitalistas -o declararse como tales-, como la CUP, pero siempre dentro de lo que se reconoce como nacionalmente válido, que es la opción independentista. El resto -no importa cuáles sean sus propuestas- se quedan fuera, expulsados, inhabilitados para representar lo que se considera que es el país. Y para quienes se atrevan a impugnar tal división hay todo un catálogo de herramientas de denigración, la mayoría de las cuales pasan por el concepto de traición.

La lógica más táctica tiene que ver con los pronósticos inciertos de estas elecciones y con las opciones de gobierno que se pueden dar y que necesitan sí o sí la estipulación de pactos. En este marco, hay una fuerza política como Junts que ya desde el inicio de la campaña solo tuvo la opción de pactar con otros partidos independentistas para retener el gobierno. Por muchas razones: el irredentismo y la confrontación son los elementos más efectivos para retener su electorado pero para ser creíbles tienen que excluir cualquier promiscuidad con los no independentistas. Por otra parte, su candidatura incluye a personas y discursos excluyentes y xenófobos: solo si se mantiene la idea de que la prioridad sigue siendo la independencia y además de manera confrontativa, los otros partidos independentistas podrían justificar una colaboración. Y lo han conseguido: tanto la CUP como ERC no se han atrevido a denunciar las actitudes ultraderechistas de varios miembros de esa candidatura para 'no debilitar el independentismo'. En cualquier otra latitud de la Unión Europea eso sería impensable, pero efectivamente esto es lo que ha pasado.

Sea como fuera, las dos lógicas refuerzan en el fondo una apuesta por un deterioro de la cohesión de la ciudadanía -en el momento en que quiere ahondar en la división identitaria- y, en la táctica electoral, el fortalecimiento de las posiciones de Junts, que de esta forma consigue mantener en una posición cautiva a las otras fuerzas, y especialmente ERC, que una vez más ha mostrado toda su inseguridad y subordinación.

Para saber los efectos sobre los resultados de todo ello habrá que esperar al domingo. Y aún después habrá que esperar a ver si el papel lo aguantará todo como siempre, o no. Aun así, no es descabellado pensar que con esa firma en el papel, ERC deja huérfana a una parte de su electorado, que buscará otras opciones, más conciliadoras, progresistas y constructivas. Que a nadie se le escape que el máximo en las encuestas ERC lo consiguió hace unos meses, cuando con sus votos en el Congreso de los Diputados permitió aprobar los presupuestos generales del gobierno de coalición progresista de Sánchez e Iglesias, exhibiendo coraje. Y el coraje es bastante más atractivo que la subordinación.

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