ANÁLISIS

Nadie cuida de los huevos de oro

Araujo abandona lesionado el Benito Villamarín con un esguince en el tobillo izquierdo.

Araujo abandona lesionado el Benito Villamarín con un esguince en el tobillo izquierdo. / Efe / Julio Muñoz

Sònia Gelmà

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Ni un día de descanso, pueden sentarse cada noche frente al televisor que encontrarán con fútbol. Su reto es diferenciar si lo que ven corresponde a Copa, Liga, Champions o Europa League. Tienen para escoger hasta atragantarse. Mientras tanto, los protagonistas son cada vez más contundentes, desde el "este calendario es una locura" hasta el más explícito "estamos matando a los jugadores". 

Se quejaba Koeman el sábado y en el Villamarín intentó ser coherente. Sentó a su mejor jugador y a sus dos centrocampistas más brillantes. No se atrevió a tocar a su central más en forma pese a que su contador de minutos quizás lo aconsejaba. La lesión merma aún más una línea defensiva que ya se cogía con pinzas.

Los entrenadores se quejan, pero cuando ven la diferencia entre los titulares y los suplentes no pueden resistir la tentación del cortoplacismo

Tampoco está mucho mejor el Atlético, que se levanta cada día con un nuevo positivo por Covid-19, ni el Madrid, que vive en un relato de Agatha Christie en el que pierde un nuevo comensal a cada partido. Pero la rueda no se para. 

Los entrenadores se quejan, pero cuando ven la diferencia entre los titulares y los suplentes no pueden resistir la tentación del cortoplacismo. El cálculo de riesgos parece asumible hasta que se pone en práctica: Pjanic no es De Jong, Riqui no es Pedri, y Braithwaite no es –obviamente-- Messi. No les podemos culpar, porque aquí nadie baja el listón. Ni lo han hecho los organizadores de las competiciones, ni los dirigentes que mantienen la exigencia sobre sus técnicos y jugadores. 

Jugar cada tres días era la única manera de acabar las competiciones porque la alternativa a este carrusel era la renuncia y nadie está dispuesto a ello

El mundo del fútbol sabía que jugar cada tres días era la única manera de acabar las competiciones y lo compró. Porque la alternativa a este carrusel era la renuncia y nadie está dispuesto a ello. Los clubes no quieren rebajar sus ingresos, ya de por sí mermados por la pandemia, y ni los entrenadores ni los jugadores quieren frenar sus aspiraciones deportivas y económicas.

Entre todos están a punto de sacrificar la gallina. Se entiende el contexto, pero el fútbol debe pararse y reflexionar si no quiere encontrar un día que se han quedado sin sus huevos de oro.