Pandemia cuestionada

De la Tierra plana y otros negacionismos

Que exista un virus que está infectando la población mundial puede ser inadmisible para los que se resisten a aceptar las restricciones que se imponen para evitar su propagación

Manifestación de negacionistas en Madrid, el pasado 16 de agosto

Manifestación de negacionistas en Madrid, el pasado 16 de agosto / Fernando Alvarado / EFE

Pere Puigdomènech

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La idea de que la Tierra sea plana no tiene por qué ser rechazada de manera completa desde más de un punto de vista. En los años de mi infancia pasaba los veranos en casa de mi abuela en el Vallés Occidental. Nos sentábamos a ver las luces de la noche y ella me contaba que había nacido donde se veían luces lejanas, de donde se había marchado para casarse. La distancia son unos 15 kilómetros, mínima desde una perspectiva actual, pero para ella era la distancia de su vida. Para mucha gente de su generación podía no tener ninguna relevancia para su vida pensar que la Tierra fuera esférica. De hecho, en física, cuando hay que resolver una función sobre la superficie de una esfera, se puede utilizar como aproximación resolverla en un plano tangente a la esfera. Que la Tierra sea plana puede ser una aproximación legítima para aquellos que viven en un mundo física o mentalmente reducido, ya sea en el Medio Oeste profundo de Estados Unidos o en el Vallés Occidental.

Algo parecido ocurre con la estructura del sistema solar. Cuando la física se plantea describir los movimientos de los planetas, puede ser tan aceptable colocar el origen de un eje de referencia en el Sol como en la estación de Perpinyà, donde Salvador Dalí localizó el centro del Universo. Lo que pasa es que, si queremos entender cómo se mueven los planetas, hacerlo con ejes de referencia fijos en la Tierra es muy complicado, mientras que hacerlo con referencia al Sol, como propuso Copérnico, es sencillo y permite una explicación de validez general, como advirtieron Galileo y Newton. De hecho, cada día vemos al Sol salir por el Este, desplazarse por el cielo y ponerse por el Oeste. Históricamente algunas teorías de la ciencia, como el modelo copernicano de sistema solar o, más tarde, la Teoría de la Evolución de Darwin, tenían como consecuencia enfrentarse a visiones del mundo bien establecidas en su tiempo. Esto puede atentar contra poderes establecidos y estos pueden reaccionar de forma violenta para negarlas.

Todo indica que, encerrados en un mundo digital y con la amenaza del virus encima, estas actitudes están creciendo en nuestra sociedad

En tiempos más recientes, aceptar que fumar tabaco produce cáncer ha subvertido los intereses de industrias poderosas. Aceptar que la actividad humana, sobre todo el uso de combustibles fósiles, está produciendo efectos importantes sobre el clima, ataca los intereses de muchas empresas e implica cambios en la forma de vivir o en la economía de tal magnitud, que algunos prefieren negarlos. Incluso que exista un virus que está infectando la población mundial puede ser inadmisible para los que se resisten a aceptar las restricciones que se imponen para evitar su propagación. Quienes lo niegan prefieren cerrar los ojos ante la evidencia que proporcionan los dramas humanos que pasan en hospitales cercanos y creer en conspiraciones enrevesadas.

Los negacionismos a los que se enfrentan las teorías científicas provienen en general de posiciones conservadoras. Sin embargo, hay también una nebulosa de posiciones que se basan en el relato de una naturaleza idealizada y que acaban dando lugar a posiciones extremas, como por ejemplo las contrarias a las vacunas. Hay que construir entonces un pensamiento mágico alejado de la dinámica de la ciencia, que es la que permite la comprensión del mundo y facilita acuerdos en las sociedades democráticas.

Es posible que las actuales tecnologías de telecomunicación y las redes sociales, con todas sus posibilidades, estén teniendo efectos paradójicos. Por un lado deberían facilitar a todos el acceso a un conocimiento muy amplio del mundo en que vivimos y de las teorías que existen para explicarlo. Sin embargo, permiten también la creación de grupos que favorecen el sentimiento de pertenecer a poblados de dimensiones reducidas como aquellos en los que vivían nuestros abuelos. De esta manera se forman entornos cerrados que propician la expansión de ideas según las cuales fuera de los muros del pueblo se están desarrollando conspiraciones con fines perversos. Hay que rechazar las teorías de la ciencia para crear otros que acaban convirtiéndose en dogmas indiscutibles. Todo indica que, encerrados en un mundo digital y con la amenaza del virus encima, estas actitudes están creciendo en nuestra sociedad. Entre ellas la creencia en que la Tierra es plana es una de las más inofensivas y nos devuelve a la infancia.  

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