APUNTE

La identidad de Koeman

El Barça vuelve a despertar emociones y vibraciones intensas, ¿qué más queremos?

Messi, en el momento de entrar en el Villamarín, recibiendo instrucciones de Koeman.

Messi, en el momento de entrar en el Villamarín, recibiendo instrucciones de Koeman. / Reuters / Marcelo del Pozo

Albert Guasch

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Este es un club obsesionado con su identidad. No solo por lo que transmite como institución. También por lo que proyecta con su juego. A los entrenadores, desde la bendita irrupción de Johan Cruyff, se les ha reclamado seguir un libro de estilo determinado. No hacerlo, o desviarse demasiado, provoca sarpullidos en la piel social azulgrana. A Ronald Koeman, sin embargo, se diría que se le ha dispensado de ese test de la puridad. Antes de descubrir que el molde bueno encajaba con el 4-3-3 canónico, probó piezas multiformes sin que se reportaran urticarias masivas.

En esa búsqueda de la identidad de juego, la precariedad de la entidad ha sido el salvoconducto de Koeman para eludir el paredón de los impacientes. Y lo ha aprovechado para que su Barça se le vaya identificando con un estilo juvenil, de pulmones amplios y esa férrea determinación ante la adversidad que siempre reconocíamos en el Real Madrid. A diferencia de antes, no conviene apagar el televisor hasta el final, porque hasta el último minuto pueden pasar cosas buenas.

La catapulta

Sin una identidad, un algo que distinga, un equipo y un entrenador no son nada. Y Koeman, que vino y no sabíamos muy bien cómo interpretarle, ha insuflado confianza en sí mismo a un grupo que se supone que no está para ganar ningún título pero mientras tanto no para de ganar partidos. Casi siempre al límite, aproximándose a la extenuación, cuesta arriba, pero gana, y va contagiando de emoción a unos seguidores que habían sentido el desapego pero que han recobrado en sus casas el grito, el brinco y los nervios felices. Para eso sirve el fútbol.

Claro que la identidad, por mucha metodología y psicología, necesita de una catapulta sobre el terreno que en este caso siempre es Messi. No se puede ir nunca este hombre. En nada cambió el color del cuadro. Como ha hecho tantas veces, entró y compensó las deficiencias y levantó el ánimo colectivo. Marcó Trincao, aleluya, aunque la defensa volvió a mostrarse más blanda de lo que conviene a partir de ahora. En cualquier caso el Barça vuelve a despertar emociones y vibraciones intensas. ¿Qué más queremos?