Opinión | Catalunya y la UE

Luis Mauri

La balalaica de Puigdemont

El alineamiento independentista con la réplica de Rusia a la UE por el caso Navalni es una elección política clarificadora y que se define por sí misma

29 02 2020 El expresidente de la Generalitat de Cataluna Carles Puigdemont durante el acto del Consell de la Republica en Perpinan (Francia) a 29 de febrero de 2020   POLITICA   David Zorrakino - Europa Press

29 02 2020 El expresidente de la Generalitat de Cataluna Carles Puigdemont durante el acto del Consell de la Republica en Perpinan (Francia) a 29 de febrero de 2020 POLITICA David Zorrakino - Europa Press / David Zorrakino - Europa Press

Un punteo nervioso de balalaica zumba en la banda sonora del ‘procés’. Diríase que en el cuartel general de Puigdemont en Waterloo ningún otro instrumento musical compite con este laúd de tres cuerdas y caja plana y triangular, el más popular en Rusia.

Desde que el escriba Yakov Polushkin, emisario del Gran Príncipe de Moscovia Basilio III, padre de Iván el Terrible, llegó en 1523 a la corte de Valladolid con una misiva de amistad dirigida a Carlos I, a la relación hispano-rusa le cuelgan jirones de amor y de odio. Los crímenes del NKVD organizados por Alexander Orlov, agente soviético en España durante la guerra civil y responsable del asesinato de Andreu Nin y de tantos comunistas no estalinistas. La acogida en la URSS de miles de niños exiliados de la zona republicana. Dos jirones del siglo XX.

Avanzado el siglo, España se liberó de la dictadura de Franco e ingresó en la comunidad europea, el muro de Berlín se vino abajo y la Unión Soviética se desintegró. Fin de una era.

Acoso en el hinterland

Europa aprovechó el noqueo de Moscú, acentuado por la humillación sufrida en Afganistán, para expandirse entre los antiguos satélites soviéticos. El otrora temible oso ruso había perdido zarpas y fauces y se veía acosado en su hinterland centroeuropeo. Hay cosas que nunca se olvidan.

Entrado el siglo XXI, una Rusia nostálgica de su pasado imperial (zarista o soviético: imperio) empieza a retomar posiciones geoestratégicas. En 2014, la anexión rusa de Crimea y la intervención en la guerra del Donbás disparan la tensión con Bruselas. La UE dicta restricciones y sanciones, pero debe combinar las medidas punitivas con la protección del inmenso caudal comercial mutuo, vital para su suministro energético: el 35% del gas natural y el 20% del petróleo consumidos en 2018 en Europa procedían de Rusia.

Operación de desinformación

En esta hostilidad de intensidad medida, el Kremlin juega todas las cartas que le caen a mano para desestabilizar a la UE. Aquí se encuadran las operaciones de desinformación y perturbación rusas en el proceso del brexit, el patrocinio de la ultraderecha en Francia, Italia y España, y el fomento de la excitación independentista en Escocia y en Catalunya. Ninguno de estos asuntos tiene mayor interés para Moscú que su poder de merma y desestabilización de la UE.

 El independentismo catalán mueve sus fichas en este tablero. Tras los flirteos anteriores con Moscú, el alineamiento con el contraataque ruso a la demanda europea de libertad para el opositor Navalni puede ser un vehículo de oportunidad de cara a las elecciones del 14-F. También, un desquite por los independentistas presos. Puede. Pero sin duda es una reacción táctica obtusa. Un disparo en el propio pie: desacreditar a la UE (Borrell no viajó a Moscú como un español constitucionalista, sino como el jefe de la diplomacia europea) en vísperas de la mayor operación de reforzamiento interno de la historia de la Unión es una elección política que se define por sí misma. Al son de la balalaica de Waterloo. 

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