A pie de calle
El autocuidado, cuidar de los demás
El autocuidado no es cómo nos cuidamos y mimamos a nosotros mismos, sino de qué manera nos cuidamos unos a otros
Natalia Ginzburg escribe en ‘Domingo’ (Acantilado, 2021) que dejar de tener miedo no significa necesariamente haberse vuelto valiente. Dejar de tener miedo, continúa, puede significar que el miedo nos ha abandonado y que en el lugar en que antes estaba el miedo ahora hay un vacío. Pensé si tenía miedo, si esta pandemia había conseguido que el miedo se hiciera un sofá dentro de mi pecho, con la mantita, la tele y la plataforma de pago con contenidos audiovisuales exclusivos. Leyéndola me daba cuenta que sí tenía miedo. Pero no un miedo provocado por coger el virus o que los míos lo cojan, ni siquiera la incertidumbre de no saber cuándo acabará. Es un miedo más profundo, vecino de rellano de la tristeza y la pena.
Al cerrar el libro, me topé con una frase atribuida a la escritora y dinamizadora comunitaria Nikita Valerio que me removió y que me hizo identificar el miedo. Valerio dice, muy acertadamente, que ir recomendando autocuidado a gente que lo que necesita son cuidados comunitarios es la manera que tenemos de fallarles. Creo, inspirada por un artículo de Ata Younan, que tenemos que empezar a meternos en la cabeza que el autocuidado no es cómo nos cuidamos y mimamos a nosotros mismos, sino, precisamente, de qué manera nos cuidamos unos a otros. El autocuidado no tiene que ver, como nos han querido vender y convencer, en soluciones individuales (e individualistas), y creo que es la única receta válida para superar esta pandemia. Mi miedo, pues, es este: que seguimos normalizando un individualismo recalcitrante, obsceno y depresivo que se está apoderando de todos.
En el combate actual por lo esencial han querido que nos separáramos, que no cuestionáramos y que no saliéramos de lo establecido. Pero cuando lo establecido es el miedo, el control social y la incertidumbre para los que no tenemos ceros acumulados en nuestras cuentas corrientes, solo nos tenemos a nosotros. Y la certeza entre los dedos, ahora sí, de que lo imprescindible será que, después de todo, aún estemos ahí y podamos seguir luchando por lo que vale la pena y nos sostiene en este mundo hostil: la vida en común.
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