Los presos independentistas

Indulto o justicia restaurativa

Es el tiempo del diálogo entre contrarios que quieran escucharse sin insultarse, que quieran saber del otro

Los presos piden la amnistía en un acto organizado por Òmnium Cultural.

Los presos piden la amnistía en un acto organizado por Òmnium Cultural. / AFP / LLUIS GENE

Jordi Nieva-Fenoll

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Se ha generado una polémica bastante paradójica sobre los indultos que podrían concederse a los políticos independentistas presos. Mientras un nutrido grupo de ciudadanos en Catalunya, tal vez el más numeroso, se pronuncia a su favor para favorecer el entendimiento, en el resto de España –y también en Catalunya–, una parte relevante de la población opina que el delito cometido fue gravísimo y que incluso la pena impuesta no fue tan severa como debía, por lo que un indulto les parece fuera de lugar. Igual que a no pocos independentistas, por considerar que no se cometió delito alguno y que procede la amnistía.

El anterior recuento de tendencias presenta una notable complejidad política. Si se mantienen las prisiones, la estabilidad política no volverá a Catalunya en un tiempo muy largo, pero muy probablemente tampoco a España. Si se decreta una amnistía, es posible que el Tribunal Constitucional, con su actual composición, la declare inconstitucional, por lo que volveríamos a estar al inicio del camino. Los indultos tampoco son completamente inmunes a los tribunales disconformes con los mismos, pero cabe augurarles un futuro más prometedor, aunque dejarán con sensación de perplejidad e indignación a una parte no despreciable de la población española.

Enconamiento

Con este escenario no es fácil avanzar. Se trata de una situación de enconamiento similar a la que se produce cuando se derroca abruptamente a un régimen. Una de las cosas que más insistentemente se ha reclamado desde el sector españolista contrario a los indultos es el arrepentimiento. Al margen de que tal solicitud esté fuera de época desde cualquier punto de vista, es reveladora de que quien así se expresa desea que la parte independentista asegure que no lo volverá a hacer. Justo lo contrario de lo que proclama esa parte.

Es obvio que los procesos judiciales no han resuelto absolutamente nada, sino que desde su inicio lo complicaron todo de una manera peligrosísima. Por ello, habría que alejar al proceso judicial del horizonte. Teniendo en cuenta que la base del conflicto es social, por fortuna y predominantemente aún de baja intensidad, hay que aprovechar que la voluntad de acercamiento todavía es mayoritaria en la ciudadanía, implementando medidas de reencuentro social, que es lo que favorece la llamada “justicia restaurativa”. Consiste sobre todo en que los enfrentados se conozcan y sepan por qué piensan lo que piensan, en búsqueda de la empatía mutua.

Renunciar a las revanchas

Me temo que algo así nunca se ha ensayado en este conflicto que, con mayor o menor intensidad, ya dura demasiados siglos. Su base es la rivalidad política, económica, cultural o, en otra época, militar entre territorios. Se remonta a la Edad Media, está bien documentada y tiene actualidad en varias de esas áreas. Habría que dejar de ser esclavos de ese pasado de una vez por todas renunciando a las revanchas. Los españolistas más duros se sienten fuertes porque han visto que los tribunales han encarcelado a políticos y sueñan algo incompatible con la democracia: aplastar al movimiento independentista. Los independentistas más pertinaces, por su lado, anhelan una victoria para la que, en realidad, no vislumbran más medios que un referéndum cada vez más etéreo. No faltan apologetas y críticos, con más o menos humor, de unos y otros. Incluso existen no pocas personas que no se identifican con ninguna de las dos posturas.

Ni la prisión ni un referéndum van a arreglar nada, ni siquiera si se hiciera efectiva la independencia. Catalunya no es un territorio culturalmente uniforme, como tampoco lo es España. En cualquier escenario democrático, ambas partes deberán asumir que la otra existe, conociendo sus razones y abandonando la idea de la asimilación cultural forzosa o inducida. Es el tiempo del diálogo entre contrarios que quieran escucharse sin insultarse, que quieran saber del otro. Que no tengan más objetivo político que la paz y la convivencia. Los políticos debieran enarbolar esa bandera, si les interesa algo más que el poder y el dinero que se gana con él agitando imprudentemente esencias nacionales.

También deben surgir mediadores. La prensa tiene voces privilegiadas para esa misión. Los periodistas están acostumbrados a persuadir.

Suscríbete para seguir leyendo