Un proyecto polémico

Fraude de género

En los contenidos de la 'ley trans' veo diversión garantizada; es una norma que crea un problema donde no lo había

Irene Montero

Irene Montero / JOSÉ LUIS ROCA

Juan Soto Ivars

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Hace un par de días, el Ministerio de Igualdad parecía renuente a mostrar su ‘ley trans’, pero el diario.es tuvo acceso y un día más tarde abrieron la mano. La ley parece satisfacer a todos los polemistas porque da mucho que hablar. Su meollo es el que se esperaba: desde su aprobación, las personas que quieran cambiar su sexo en el registro no tendrán más que pedirlo y nadie podrá ponerles impedimento alguno, ni someterlos a ninguna prueba, ni reclamarles periciales ni mucho menos palparles las gónadas. La ley blinda “el derecho a la identidad de género libremente manifestada”.

“El ejercicio de este derecho –dice el borrador legal– en ningún caso podrá estar condicionado a la previa exhibición de informe médico o psicológico alguno, ni la previa modificación de la apariencia o función corporal de la persona a través de procedimientos médicos, quirúrgicos o de otra índole, sin perjuicio del derecho de la persona interesada a hacer uso de tales medios”. Pese a que Justicia y Sanidad tienen que dar el visto bueno, yo aquí veo diversión garantizada. 

Preguntas

Vivimos en un patriarcado heteronormativo donde existen, sin embargo, ciertas ventajas objetivas para las mujeres. ¿Qué impedirá, pongamos por caso, a un varón que desee optar a unas ayudas sometidas a discriminación positiva pasar la mañana antes por el registro a cambiarse el sexo en el DNI? Si exigieran cierto tiempo de permanencia en el género para otorgarlas, ¿no sería discriminación contra los trans? Más: ¿y si en una empresa existe menos paridad de la deseada? ¿Qué pasa con un caso de violencia de género que deja de serlo porque el agresor, dice, ya se sentía mujer cuando la emprendió a puñetazos contra la suya?

Vaya lío. Si cualquier mujer puede convertirse en hombre y cualquier hombre puede convertirse en mujer siempre que lo desee, sin comprarse un mísero sombrero o unos leggins, y si además nadie puede poner impedimentos a esta expresión libre y soberana, entonces la ley está creando un problema donde no lo había. Piensen, además, que dado que la identidad de género es una cosa fluida, no fija sino mutable, este trámite de cambio de sexo legal debería poder hacerse tantas veces como uno (o una) quiera (o sienta).

La realidad sentida

¿Cómo impedir el "fraude de género"? Fácil, dirán. Habrá previstas, y esto es un suponer mío, penas ejemplarizantes para el caso de que se demuestre que la persona cambió su sexo para obtener una ventaja. Suena fácil, ¿no? Hasta que llega mi amiga la lógica: ¿quién demonios va a investigarlo y en base a qué, si no hay más realidad que la sentida, ni más género que el autodeterminado por el individuo en cuestión? ¿Por qué no creer, desde esa premisa, al hombre que se convirtió en mujer sin cambiar su nombre justo cuando optaba a una plaza, y después, por una variación sentimental súbita, volvió a sentirse bien en su vieja masculinidad y regresó?

Si la identidad de género se equipara a lo sentido, siendo lo sentido tan voluble, ¿de qué manera podría demostrar un juez que alguien mintió a la hora de cambiar su sexo en el registro? ¿Existe la mentira? ¿No es el propio espíritu de la ley lo que boicotea cualquier tentativa de indagación? Norberto Bobbio está revolviéndose en la sepultura.

Los sentimientos no son falseables, ni criticables, ni verificables. De la misma forma que no es fraude prometer amor eterno a Margarita porque así lo sientes y dos semanas más tarde mandarla al cuerno, dudo que nadie pueda demostrar que Margarita, en su fuero interno, sigue siendo ella misma.

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