Cuando Zadie encontró a Séneca

O el porqué de tantos libros de filósofos estoicos de la antigüedad durante esta pandemia

Busto del emperador Marco Aurelio.

Busto del emperador Marco Aurelio. / SAGALOSSOS ARCHAEOLOGICAL RESEARCH PROJECT

Miqui Otero

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Es curioso que casi no puedas charlar ni con tus amigos en un bar, pero que estreches lazos con pandillas de hace casi dos mil años que hablan y discuten en pórticos.

Un día quedo para tomarme un chupito de cicuta con gingerale con Séneca, otro me paseo con Epicteto y al siguiente acerco brochetas a la hoguera del campamento de guerra con Marco Aurelio. Siempre he tenido ocurrencias que sintonizaban con las suyas, como cuando, siendo un niño profundamente obsesionado con el Gran Tema, llegué a una conclusión vagamente estoica y muy repelente: “Hay una única certeza, nos vamos a morir, y un único consuelo: no seremos los únicos”.

No soy tampoco el único que, en tiempos de confinamientos, renuncias y pérdidas y deseos frustrados, encuentra consuelo en los filósofos estoicos. Abundan las reediciones de todos ellos (especialmente de las Meditaciones de Marco Aurelio) y, de hecho, Taurus acaba de publicar Lecciones de estoicismo, de John Sellars, un manual para no-tan-dummies. En malas manos, los estoicos parecen cháchara barata de coach charlatán, autoayuda con coartada intelectual, pero hasta la paranormalmente inteligente Zadie Smith reconoce en su reciente librito de ensayos pandémicos que le había ayudado leerlos durante el primer confinamiento.

No es extraño, si partimos de que ellos explicaron que gran parte de nuestro sufrimiento es por nuestra forma de pensar. Que no hay que temer o quejarse, porque todo lo que sucede o bien es soportable o bien eres incapaz de soportarlo. Que nada depende tanto de las cosas que pasan, sino de cómo las encajamos. Que hay que centrarse en lo que podemos controlar: juicios, impulsos, deseos. Que no dominamos nuestro destino, pero el destino actúa a través de nosotros: somos actores de una obra que no hemos escrito, pero que podemos interpretar bien. Hasta nos dará menos miedo la muerte, si asumimos que no somos tan importantes: a nuestras espaldas y por delante solo hay eternidad sin nosotros. Etcétera.

En la novela Stoner, al protagonista le dicen: "El señor Shakespeare le habla a través de 300 años, señor Stoner, ¿le escucha?". Los estoicos nos hablan a través de casi dos mil febreros de sol y sombra, muerte y vida. ¿Nos calmamos, abrimos un quinto y les escuchamos?

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