Pros y contras
Alternativa íntima
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Josep Maria Fonalleras
La Candelaria es una fiesta que, más allá de alguna evocación religiosa, pocos celebran. Han pasado 40 días desde Navidad, que es el tiempo que debían esperar las madres judías para purificar su cuerpo después de haber dado a luz, con un ritual de velas (o candelas) encendidas. Es el momento en que Jesús se presenta en el Templo. Y también es una ceremonia romana, relacionada con la luz que los muertos necesitan para encontrar su camino. La Candelaria es (o era) popular no por todas estas historias sagradas, sino por otros motivos. Se acababa el ciclo de la Navidad y se podía desmontar el pesebre y, como este 2 de febrero está justo en medio del invierno, se podía prever, en función de la meteorología del día, si el frío seguía vivo o si se iba definitivamente: el momento en que los osos decidían (o no) acabar con la hibernación; el momento en que la marmota (les sonará más, por la película) salía (o no) de la madriguera.
Ahora que es imposible celebrar nada en comunidad, la Candelaria se nos ofrece como una alternativa íntima y como una metáfora de los días que vivimos. Podemos convertir el musgo en compostaje y guardar las figuras en una caja metálica de galletas.
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