Dramaturgia y coronavirus

El plan B

Ahora que la pandemia nos ha obligado a cambiar de hábitos, sería estupendo que los teatros también lo hicieran, y que todas las salas programen sus obras en sesión matinal

musical   La jaula de las locas

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Marta Buchaca

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Dentro de poco se cumplirá un año del estallido que nos cambió la vida. Y, desde hace unas semanas, con las nuevas restricciones, tenemos esa sensación de vuelta atrás, de pesadilla que no termina. Actualmente, en Catalunya, los fines de semana no se puede ir de compras, pero sí se puede desayunar hasta las 9.30 e ir a comer de 13.00 a 15.30. Y también nos queda una opción maravillosa que esta vez no han prohibido y que espero que no veten más, ya que es el oxígeno que nos da aliento a muchos para seguir adelante: el teatro.

Es sábado. Miro la cartelera y me encuentro con que reponen ‘A.K.A.’, un texto magnífico de Daniel J. Mayer que he leído pero no he visto.  Miro el horario: es a las 12:30. Perfecto.  En La Villarroel ya llevan tres temporadas programando teatro para adultos en horario matinal de forma estable. Como madre, este horario siempre me ha parecido una opción ideal. Y ahora que no podemos hacer casi nada, ¿qué mejor plan que pasar la mañana en el teatro? Me planto allí a las doce y cuarto. La cola, llena de gente joven, ávida de ver un espectáculo del que han oído a hablar muy bien, llega hasta la calle del Consell de Cent. Mientras espero, cual topo, me pongo a escuchar los comentarios de los espectadores. La mayoría comenta el acierto que es programar en este horario, “así después nos vamos a comer”. Así lo hago yo.

Función de tarde

Después de ‘A.K.A.’, una obra de 10, interpretada por un Albert Salazar que brilla y con una dirección finísima de Montse Rodríguez Clusella, me voy a un restaurante. Y, antes de que nos echen, vuelvo a mirar la cartelera. En el Tívoli, ‘La jaula de las locas’ sigue su andadura. La función de tarde la hacen a las 16.00. Planazo. Vermut teatral, comida con amigos, y teatro a la hora del café. Así que me voy hacia el Tívoli dispuesta a hacer doblete. Allí también me sorprende la cola y también hago de topo. El público aquí es más variopinto, gente joven, pero también familias y gente mayor. “Es que pensé, ¿y después de comer qué hacemos? Pues al teatro”. Le dice un chico a una chica en lo que parece ser su primera cita. Ella sonríe. Parece encantada de que el encuentro se alargue. Pienso si lanzarme a decirle que un hombre que te invita al teatro en la primera cita tiene que ser un buen tipo, pero decido no hacer de vieja metomentodo y entro al teatro. En un país en el que la siesta dicen que es sagrada, me sorprende una platea llena (todo lo que se puede llenar ahora, claro). La función es un bombazo. Energía pura, una orquestra espléndida capitaneada por el gran Andreu Gallén, unos actores en estado de gracia con un vestuario de ensueño de la talentosa Míriam Compte, y todo dirigido por Ángel Llácer que imprime al espectáculo su inconfundible sello: ritmo, risas y talento. Pasan dos horas sin que me haya enterado, y ya son las seis. Podría hacer un triplete, pero lo dejo para el día siguiente, que no es cuestión de acabarse la cartelera en cuatro días.

Ahora que la pandemia nos ha obligado a cambiar de hábitos, sería estupendo que los teatros también lo hicieran. Desde aquí animo a todas las salas de Catalunya a que se lancen a programar sus obras en sesión matinal. Y es que ahora que no nos dejan ir a cenar después de las funciones, podemos llevar a cabo un plan B: ir al teatro a la hora del vermut y salir para ir a comer. El sábado, por primera vez en mucho tiempo, tuve una leve sensación de normalidad. Y en los días que vivimos, no saben cómo se agradece.