Opinión

Unas elecciones normales

Todo lo que puede pasar a partir de la noche del 14F resulta fácil de imaginar y también predecible, y eso es una buena noticia

Eleccions 14F a Catalunya

Eleccions 14F a Catalunya / David Zorrakino / Europa Press

Josep Martí Blanch

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El peso de la historia ha aflojado. Esta es la principal diferencia. Si en las tres elecciones precedentes -2012,2015,2017- el censo catalán acudió a las urnas con la convicción de estar participando en un acto político disruptivo de consecuencias imprevisibles para su futuro, en esta ocasión no es así ni por asomo.

Lo más novedoso en esta ocasión es que se trata, después de mucho tiempo, de unas elecciones con unas expectativas limitadas y razonables sobre sus efectos una vez conozcamos los resultados. Para decirlo en términos muy populares en la Catalunya política de los últimos diez años el 14F no va a ser una 'jornada histórica' sino una jornada electoral. No es una diferencia que pueda desmerecerse. Es un cambio de calado que se proyectará en el largo plazo de la político catalana y que barniza de normalidad esta convocatoria electoral.

Los efectos de este nuevo marco mental impactan en el soberanismo pero también en el constitucionalismo. Ni los independentistas van a acudir a los colegios electorales convencidos de estar proclamando algo que no sea únicamente su preferencia por un partido político, ni el constitucionalismo acudirá a la cita faltándole el aire porque ante la urna debe salvar España de la desaparición. Esto se parece bastante a la normalidad.

Naturalmente el factor covid-19 ha puesto de su parte para enfriar, más si cabe, el ambiente. Y podrá ser utilizado como coartada para explicar los resultados por unos y por otros. Pero lo cierto es que el derrotero de estas elecciones viene marcado desde hace tiempo. Quien más quien menos quiere pasar página de 2017 y las elecciones son una buena meta volante para conseguirlo.

Tablero político

Hay más elementos de normalidad. Por primera vez en mucho tiempo no son unas elecciones que no tengan en cuenta el tablero político español. Hay negociaciones y diálogo en marcha entre dos de las formaciones candidatas a disputarse  la victoria, ERC y el PSC. Es decir, una cosa es la campaña y lo que vamos a oír en ella y otra de diferente lo que viene cociéndose por debajo desde hace tiempo. En cambio, en 2012,2015 y 2017, la batalla electoral se planteó en términos mentales fronterizos. Ellos y nosotros. No es así en esta ocasión. También este elemento atempera la convocatoria y la conduce al terreno de la normalidad.

Súmenle que los programas electorales han aterrizado a terrenos de juego conocidos y con promesas de lo más habituales en las elecciones rutinarias. Ya no hay hojas de ruta, referéndums a la vuelta de la esquina, suspensiones de la autonomía o ideas más o menos pelegrinas que lleven a pensar a los ciudadanos -y a quienes les piden su confianza- que el próximo día 14 alguien está comprando un viaje a la luna con su voto.

Esta vez ni tan siquiera la CUP plantea aventuras que no puedan ser vividas por un niño. En campaña habrá ambigüedades sobre proclamaciones de la independencia, la unilateralidad, la confrontación y un sinfín de afirmaciones que, en el fragor de estos días, pueden llevar a pensar lo contrario.

Pero ahí están los programas, esta vez lo suficientemente ambiguos -otro signo de normalidad- y las estrategias que tienen fijadas los partidos para el día después de las elecciones. Y la estrategia lo que dice es que hay que gobernar si se puede. Seguir mandando si ya se está en el gobierno o aspirar a mandar si no se está en él. Puro ADN electoral normalizado.

Conflicto en pie

El 14F no se vive como principio o final de nada. Esto también es normal. Durante tres elecciones Catalunya votó -y en dos de ellas España contuvo el aliento y participó de esa convicción- pensando que los resultados suponían el punto final de alguna cosa. Para el constitucionalismo el fin del proceso. Para el soberanismo la independencia. Esa ensoñación puede darse afortunadamente por acabada. A fuerza de dolor y frustración, ahorrable dicho sea de paso, se ha entendido que es lo que cabe esperar de unas elecciones. Muchas cosas, pero desde luego no todas. Y por supuesto no puntos y finales de asuntos tan importantes. Esta asunción del proceso como un continuum en el tiempo también era necesaria. Y suma normalidad a la manera de aproximarse a los comicios.

Naturalmente la normalidad no es plena y aún falta mucho tiempo para alcanzarla. La participación de los líderes políticos encarcelados en campaña, aprovechando su tercer grado recién aprobado, viene a recordar la excepcionalidad de la situación política de Catalunya. El conflicto sigue en pie. El proceso sigue vivo y los objetivos políticos de unos y otros se mantienen. Para atajarlo la normalización de la actividad política es imprescindible. Y unas elecciones con unas expectativas razonables sobre lo que estas pueden dar de sí es un paso decisivo. El mayor elemento de normalidad de del 14F es este: todo lo que puede pasar a partir de esa noche resulta fácil de imaginar y también predecible. Es una buena noticia. Y añadan: la normalidad no elimina la trascendencia.