Análisis

El verso, la prosa y el tuit

La principal baza de Biden es que no es Trump, pero no cabe esperar un giro radical en la fase ensimismada que vive Estados Unidos

Joe Biden is sworn in as the 46th President of the United States as his wife Jill Biden holds a bible on the West Front of the U S  Capitol in Washington  U S   January 20  2021  REUTERS Kevin Lamarque

Joe Biden is sworn in as the 46th President of the United States as his wife Jill Biden holds a bible on the West Front of the U S Capitol in Washington U S January 20 2021 REUTERS Kevin Lamarque / KEVIN LAMARQUE

Joan Cañete Bayle

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Traumatizado como está el mundo después de los cuatro años de Donald Trump y la forma con la que ha acabado su presidencia, es muy difícil no caer en el wishful thinking (pensamiento ilusiorio), o peor, en el pensamiento mágico a la hora de hablar de la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. Las esperanzas depositadas en el veterano político son proporcionales al marasmo que deja Trump tras de sí: siderales. El pensamiento ilusorio dice que con Biden Estados Unidos se sentará de nuevo a la mesa del multilateralismo; que ahora sí que sí se luchará contra la emergencia climática porque Washington regresará a París; que se acabará el drama migratorio en la frontera con México; que Estados Unidos volverá a ser un socio fiable junto al que trabajar en el progreso del mundo; que Kamala Harris es el impulso final para la igualdad entre hombres y mujeres y para reconocer que la diversidad es una de las grandes fortalezas de este mundo globalizado del siglo XXI.

 Ojalá. I wish.

La realidad, como deberíamos haber aprendido al presenciar al verso de Barack Obama estrellarse contra el muro de prosa de Washington, es mucho más compleja. Lo mejor que puede decirse de Biden es que no es Trump. Y ya es mucho, dada la situación que debe afrontar el nuevo presidente: una pandemia desbocada, una profunda crisis económica y un país profundamente dividido hasta extremos muy peligrosos para la convivencia, como el asalto al Capitolio demostró. Tres agudas crisis que justifican que el foco primordial de esta administración sea el doméstico. 

Aislacionismo

La tensión entre aislacionismo e internacionalismo (o intervencionismo) es consustancial a la historia de Estados Unidos. La administración de Trump en muchos aspectos ha sido disruptiva. Pero en otros ha entroncado con la pulsión nativista y aislacionista siempre presente en la compleja personalidad estadounidense. Biden, ante todo un hombre de consenso, del establishment, que aspira a ser el presidente de todos los estadounidenses, buscará el punto medio entre esas dos tendencias, con un plus de «América, primero» a causa de la grave situación interna que vive el país en varios frentes. No es realista esperar un giro de 180º respecto Trump. En la gestión del ya expresidente siempre hubo que diferenciar entre lo que decía (tuiteaba) y lo que hacía, entre el ruido y la furia y las políticas, igual de tóxicas en muchos casos. En lo formal, Biden devuelve a Estados Unidos al lugar de donde no debería haberse movido. En las políticas, sobre todo en materia exterior, más allá de alguna decisión simbólica muy rápida, no son de esperar giros radicales. No es Biden ese tipo de político, no lanzará una guerra arancelaria pero China y EEUU no van a convertirse mañana en los mejores amigos .

En política exterior, su primer trabajo debe ser recuperar la confianza de los socios abandonados o desplantados, que ya no ven a EEUU como un aliado fiable. Trump demostró que los acuerdos que firma Washington pueden ser papel mojado, de París al tratado nuclear con Irán. Una vez rota, es muy difícil recuperar la confianza. Dejar de inspirar a la extrema derecha de todo el mundo, de Orban a Bolsonaro, sería un primer paso importante. Pero Biden necesitará bastante más que un cambio de formas para recoser los lazos que Trump incendió. Lo primero, que realmente tenga la voluntad de recoserlos todos.