Relevo en Washington

E Pluribus Unum

Como casi todos sus antecesores, el presidente Biden tiene que apelar a la unidad nacional, pero sin olvidar la rendición de cuentas ante el gravísimo daño causado por Trump a la democracia de Estados Unidos

Varios operarios, durante los preparativos de la toma de posesión de Biden.

Varios operarios, durante los preparativos de la toma de posesión de Biden. / EFE

Pedro Rodríguez

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Cuando Joseph Robinette Biden Jr., más conocido como Joe Biden, se dirija por primera vez a sus compatriotas desde la majestuosa fachada oeste del maltratado Capitolio como el 46º presidente de Estados Unidos, su discurso contendrá el elemento más repetido por sus antecesores desde la pionera toma de posesión de George Washington: una llamada a la unidad nacional.

A lo largo de sus 244 años de historia como nación independiente, empezando por su propio nombre, Estados Unidos ha confirmado sobradamente aquello de “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”. Como ha explicado el historiador Douglas Brinkely, “la unidad siempre ha sido una aspiración” para este proyecto construido a partir de 13 entidades políticas preexistentes a la Declaración de Independencia de 1776 y la posterior Constitución de 1787.

Una tendencia crónica

Aunque es cierto que cuando los problemas vienen de fuera, la palabra más reiterada en el discurso público de Estados Unidos ha sido siempre “libertad”, cuando las dificultades son internas no hay alternativa para “unidad”. De hecho, el gigante americano puede estudiarse como el resultado de un acuerdo entre facciones profundamente enfrentadas por cuestiones tan decisivas como la esclavitud, la influencia regional norte-sur y el equilibrio de poderes entre los estados de la Unión y el Gobierno federal.

Desde Thomas Jefferson a Barack Obama, la retórica presidencial siempre ha hecho un esfuerzo por superar esa crónica tendencia a la polarización reflejada en las dos Américas que en mitad del siglo XIX llegaron a enfrentarse en una guerra civil con casi un millón de víctimas mortales. Aunque un buen discurso no significa una solución para esta profunda ansiedad de Estados Unidos y su querencia al desencuentro como parte de su identidad nacional.

Bajos instintos

Además de lidiar con estas fuerzas divisivas de ímpetu histórico, el presidente Biden se enfrenta a unas grietas políticas, sociales y culturales tan inmensas como peligrosas, que el nacional-populismo se ha encargado de expandir a través de la proliferación de mentiras, desinformación y teorías conspirativas. Todo un persistente esfuerzo durante cuatro años por fomentar los instintos más bajos de grupos relegados a la marginalidad pero que han cobrado un protagonismo capaz de perpetrar el conato de insurrección registrado el pasado 6 de enero en la sede del Congreso de Estados Unidos.

El resultado es que ya se empieza a hablar sobre la existencia no solamente de “dos Américas” sino de “tres Américas”: la América demócrata, la América republicana y la América de Trump. Toda esta atomización, agravada por la pandemia, refleja la cada vez mayor ausencia de denominadores comunes en un país que hasta ahora presumía de su capacidad para cerrar filas en momentos de crisis existenciales. Cada una de estas tres Américas ensimismadas carecen de denominadores comunes. Consumen sus propias redes sociales, confirman sus prejuicios en diferentes medios de comunicación y creen en formas incompatibles de hacer política. En su compartida crisis epistemológica, ya no se ponen de acuerdo ni en la definición de hechos o de verdad. Todas las encuestas indican de manera contumaz que los estadounidenses solamente coinciden en que están divididos.

Una tarea descomunal

En el atardecer del 11 de septiembre de 2001, justo horas después de la más sangrienta ofensiva terrorista sufrida por Estados Unidos, decenas de miembros de la Cámara de Representantes y del Senado –demócratas y republicanos– se concentraron en la entrada principal del Capitolio para escenificar su disposición a superar diferencias partidistas en beneficio del interés nacional. De manera improvisada, cantaron juntos ‘God Bless America’. Desde el asalto al mismo edificio incitado por el presidente Trump, no ha habido en Washington un momento similar.

No hay duda de que, a partir de las 12 de la mañana de este miércoles, Joe Biden se enfrenta a una tarea descomunal. Tendrá que apelar a la unidad nacional y empezar a ofrecer resultados inmediatos. Hay muy pocos antecedentes de desembarcos en la Casa Blanca bajo circunstancias tan traumáticas. Con tanto en juego, en la carrera contrarreloj de los 100 primeros días de su mandato, no hay tiempo para perder. Desde la confirmación de su gabinete hasta su promesa de cambiar el rumbo catastrófico de la economía y de la pandemia con un presupuesto de emergencia de dos billones de dólares, deben materializarse cuanto antes.

Lo que en ningún caso debería materializarse es la idea de pasar página, como Gerald Ford hizo con Richard Nixon, ante el grave daño causado por el ‘trumpismo’ a la democracia americana. El Senado tiene que encontrar tiempo para enjuiciar el segundo ‘impeachment’ contra el presidente Trump. No se trata de una distracción sino de la necesaria rendición de cuentas para recordar que la política importa y que la democracia no es un pacto de suicidio colectivo. En manos de un mínimo requerido de 17 senadores republicanos, que se sumen a los 50 demócratas para condenar y poder inhabilitar a Trump, queda resucitar el viejo lema nacional americano de ‘E Pluribus Unum’, ‘De muchos, uno’.

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