Veto en Twitter
Sí a la censura (de Trump)
Un racista, machista, homófobo y ahora golpista no puede decir lo que le de la gana aunque sea el mismísmo presidente de EEUU
Ernest Folch
Editor y periodista
Ernest Folch
Un monstruo llamado Donald Trump abandonará por fin las instituciones, y el mundo será un poco mejor. Cierto, no se evaporará, y la cuestión que se plantea a partir de ahora es qué hacemos con él. Políticamente, el ‘impeachment’ póstumo puede dejarlo fuera del sistema, pero el dilema de verdad se plantea en el terreno mediático y de las redes sociales. Por eso es fascinante que el propietario de Twitter, Jack Dorsey, se atreviera a desconectar la cuenta de Trump como quien desenchufa una lámpara: el todopoderoso presidente de la gran potencia planetaria, silenciado de golpe y sin previo aviso por una empresa privada del mercado que tanto dice adorar.
La decisión ha sido criticada en bloque por los ‘trumpistas’, pero también por sus detractores, entre los que destaca la Unión Europea, contraria a cualquier tipo de censura. Sin embargo, la desconexión de Trump, que como admite el propio Dorsey “tiene su parte peligrosa”, está plenamente justificada. En un momento crítico para la democracia americana, ha logrado desactivar el altavoz que alentaba nada más y nada menos que un golpe de Estado desde la propia presidencia del país. Es decir, Twitter ha sido más rápido, eficiente y devastador para Trump que la sospechosa Guardia Nacional, que llegó dos horas tardes al capitolio y fue incapaz de impedir que un rebaño de delincuentes invadiera en el día clave su institución más preciada.
Se dirá con razón que Twitter es también responsable del monstruo y se ha aprovechado del tráfico que le ha generado durante años. Pero el cierre de la cuenta de Trump tiene una virtud inconmensurable, que compensa de sobras sus defectos: el mensaje es que un racista, machista, homófobo y ahora golpista no puede decir lo que le de la gana aunque sea el mismísmo presidente de Estados Unidos. Y que la libertad de expresión no está por encima de todo, como pretenden algunos liberales. En la lista de prioridades, viene mucho antes el respeto a las personas y a las instituciones. Solo por una vez, y en esta situación límite, sí a la censura.
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