ANÁLISIS

De nuevo en el punto de partida

Koeman mira una acción con Capa y Griezmann disputándose el balón en la final de la Supercopa.

Koeman mira una acción con Capa y Griezmann disputándose el balón en la final de la Supercopa. / Marcelo del Pozo / Reuters

Sònia Gelmà

Sònia Gelmà

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La ilusión es necesaria, incluso conveniente. Por eso, afrontamos cada partido con la esperanza de ver la mejor versión posible de este Barça pese a que todos sabemos que el equipo juega con unas cartas muy difíciles de combinar. Algunas ya están dobladas de tanto uso, otras son demasiado nuevas --aún necesitan pasar por varias manos-- y las hay que ni siquiera son de esta baraja, quedaron olvidadas de otros juegos. 

Y aunque seamos conscientes de ello, aunque digamos que la construcción será lenta, aunque admitamos que sabemos de su fragilidad, en cuanto el equipo sube un par de pisos con cierta estabilidad, dejamos que el optimismo se apodere de nosotros. Y nos convencemos de que, con algo de fortuna, si colocamos los naipes en el sitio oportuno, en el momento oportuno, el castillo puede resistir. 

Las caídas soportables

El Barça de Koeman había hecho pequeños avances. Parecía que, recuperado el dibujo más habitual de los últimos años, eliminando algunos errores individuales, y con un Messi estelar de vuelta podríamos sentar unas mínimas bases para creer en algún tipo de milagro, o al menos, para que el equipo creciera a poco a poco. Pero ha bastado una leve brisa del norte para desmontar el invento. La Supercopa nos ha devuelto a la realidad.

Y vuelta a empezar. A cada castillo que cae, es inevitable que crezca el escepticismo hacia el arquitecto, pero lo bueno del caso es que el juego sigue. Sin remedio. Se recogen las cartas y se vuelve a intentar. Y aunque la evolución siga sin ser robusta, sí que vemos como Araujo se apropia de la vacante de líder de la defensa, como Pedri aun no resiste todos los envites, pero lo hará, como De Jong ha dejado de ser tan liviano e incluso como Dembélé, aunque no sea el mejor día para decirlo, se consolida como una amenaza para el rival. 

El castillo se ha vuelto a desmoronar, pero a medio trayecto solo queda confiar en que el próximo aguante algo más. Al fin y al cabo, las caídas son más soportables cuando no hay excesivas expectativas depositadas.