BARRACA Y TANGANA

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El fútbol se ha unido al saco de las incertidumbres justo cuando más certezas necesitamos

Juan Carlos Garrido, en su primer entrenamiento con el Castellón.

Juan Carlos Garrido, en su primer entrenamiento con el Castellón. / CD Castellón

Enrique Ballester

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Qué tiempos aquellos cuando el fútbol nos ordenaba la vida y nos centraba. Había algún cambio de vez en cuando, pero la rutina de las competiciones estaba más o menos clara. No como ahora, en el fútbol pandémico-temporal, con los aplazamientos y la recuperación de jornadas, con partidos sueltos que a nadie le importan y que nadie recordaba que se jugaban, con eliminatorias de Copa troceadas, con piruetas en el tiempo y calendarios asimétricos, que hay semanas que no me entero de nada. Al final no sé ni dónde estoy, que en la universidad hay carreras menos complicadas.

El fútbol se ha unido al saco de las incertidumbres justo cuando más certezas necesitamos, que ya no queda en pie casi nada. En clubs como el mío, un Castellón de sangre mediterránea e insatisfacción crónica, una certeza habitual era el cambio de entrenador mediada la temporada. La única duda era el mes del despido –y por eso en verano lanzábamos al aire apuestas en la playa–. En casi 30 años solo vi a tres entrenadores completar una temporada. En la década de los 90 a ninguno, que se dice pronto. Esta manera de ser y de proceder al principio me molestaba, porque soy alérgico a los cambios, tanto que sustituir el batín o las zapatillas de estar por casa, de pequeño, me daba tanta pena que casi lloraba. Cuesta, pero al final sabes que no es algo personal y con el paso de los años te acostumbras, como al sabor de la cerveza, a perder fuera de casa o al dolor de espalda.

Un sábado por la mañana

Cuando era periodista deportivo viví destituciones un tanto extrañas. Un entrenador tuvo que despedirse en un bar porque el presidente no le dejó usar la sala de prensa. La más dolorosa fue otra. Ocurrió un sábado por la mañana, muy por la mañana. Amanecía y justo había dejado el teléfono en la mesilla para dormir un poco, después de haber estado de fiesta y antes de trabajar por la tarde. Sonó un mensaje y estuve a punto de no abrir los ojos y dormir, pero los abrí y no dormí. Me advertían de que en un par de horas sería oficial la destitución, y en ese momento hubiese matado a alguien. Di un puñetazo a la almohada, salí de la cama con esfuerzo titánico y abrí el grifo de la ducha preguntándome a quién le podía parecer buena idea cambiar de entrenador un sábado teniendo partido un domingo. Quién podía cambiar de entrenador un sábado por la mañana sacándome de la cama. Quién podía pensar que eso iba a acabar bien. Acabó mal. A los tres meses, al nuevo también lo echaron. 

–Creo que aquel día de la cama trabajé borracho, sin inmutarme al llegar el bajón, muy profesional, disimulando–.

Este curso, por contra, el club decidió tener paciencia y nos tenía a todos desorientados. Fue una experiencia única para varias generaciones de paisanos. Fue como ir de Erasmus a Manchester a conocer otra cultura, la cultura de la paciencia con los entrenadores. Perdimos seis partidos seguidos al cruzar noviembre y el entrenador ahí seguía, que eso fue lo más raro del 2020, mucho más que una pandemia, de largo. Fue como ir de Erasmus a Manchester pero sin vómitos en las esquinas ni enfermedades venéreas acechando.

Llegó el 2021 y echaron al entrenador. Quién sabe si lo que ocurra con el nuevo habría ocurrido mejor, peor o igual con el antiguo. Como no se puede comprobar, hay y habrá argumentos para todos. El fútbol es un titán generando debates infinitos, pues bueno pues vale, entretiene, y así vamos pasando el rato.