Nuevas misiones

Carrera por la conquista del espacio

Nos enfrentamos a una privatización salvaje del espacio, y a su militarización, por lo que urge establecer reglas comunes que lo frenen

Una foto sin fecha generada por computadora de la NASA de la llegada de Galileo a Júpiter. Galileo fue una misión de la agencia espacial NASA al planeta Júpiter que constaba de un orbitador y de una sonda.

Una foto sin fecha generada por computadora de la NASA de la llegada de Galileo a Júpiter. Galileo fue una misión de la agencia espacial NASA al planeta Júpiter que constaba de un orbitador y de una sonda. / EFE / NASA

Georgina Higueras

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La carrera por la conquista del espacio avanza a un ritmo frenético sin que el cambio climático o la pandemia hayan impulsado un ideario común que limite la militarización y el mal uso de este bien público. Si en el siglo XX los ases del espacio fueron Estados Unidos y Rusia–que heredó el programa espacial soviético--, en el XXI ha aumentado el número de participantes: la Unión Europea, la India, Japón, Emiratos Árabes Unidos, Brasil y, por delante de todos ellos y disputando el podio a los veteranos, China. 

Pekín tal vez llegó tarde a la Luna, pero cuando a finales de 2020 aterrizó la cápsula de la nave espacial 'Chang’e-5' con casi dos kilos de rocas y muestras lunares, se hizo evidente que la conquista del espacio había iniciado una nueva etapa mucho más competitiva para explotar los recursos del satélite. Con esta exitosa misión, China ha mostrado tanto su ambición como sus crecientes capacidades tecnológicas. 

Con el nombre de 'Chang’e', que la mitología china otorga a la diosa de la Luna, Pekín lanzó en 2004 el programa de exploración del satélite y hasta ahora ha cumplido con los hitos del primer aterrizaje mundial en la cara oculta (2019) y traer muestras. Existen pocas dudas de que también cumplirá su objetivo de establecer una base lunar en 2022. 

El presidente Bush impulsó en 2005 el programa Constellation de la NASA, que pretendía enviar astronautas y construir una base permanente en la Luna en 2020. El diseño y la construcción de los nuevos cohetes que exigía el proyecto sufrieron repetidos retrasos y Obama, que tenía más interés en Marte, lo desechó. Trump lo retomó y, con las elecciones ya perdidas, respaldó el programa Artemisa de la NASA, para el que se preparan 18 astronautas --la mitad mujeres--, que planea llegar a la Luna en 2024 y establecer una base permanente.

El satélite terrestre no es el único foco de interés en el espacio. La atracción de Marte provocó que el pasado julio tres países –China, EEUU y Emiratos Árabes Unidos (EAU)-- se abalanzaran sobre el Planeta Rojo a la búsqueda de vida actual y antigua. China lanzó la sonda 'Tianwen-1', que porta un rover (vehículo todoterreno de exploración espacial) para analizar el suelo y buscar biomoléculas. La 'Mars 2020 Perseverance' despegó de Cabo Cañaveral (EEUU) con el rover más desarrollado que existe. En cuanto a la sonda 'Hope', la primera misión espacial de EAU, emprendió el vuelo desde una base en Japón, para explorar la atmósfera de Marte. Las misiones de los tres países prevén alcanzar el Planeta Rojo en febrero de 2021. En las mismas fechas de estos proyectos debería haber despegado el símbolo de la cooperación entre Rusia y la Unión Europea, la ExoMars, pero el covid-19 pospuso el lanzamiento a 2022. 

En mayo, SpaceX fue la primera empresa privada que colocó gente en órbita y asegura que llevará turistas a Marte

Todo este despliegue es estatal, pero conforme la exploración pierde su carácter filantrópico y los gobiernos afrontan la presión presupuestaria, aumentan las empresas con fuertes inversiones en el desarrollo cósmico, desde naves de transporte a prospecciones de metales en asteroides. Esto significa que nos enfrentamos a una privatización salvaje del espacio, por lo que urge establecer reglas comunes que la frenen.

Además, las misiones lunares y marcianas no son el único imán galáctico. Pekín afirma que su programa tiene fines pacíficos; Washington lo rechaza. Según el Pentágono, China y Rusia tratan de armar el espacio “para reducir la efectividad militar de EEUU y sus aliados”.

Los enormes avances tecnológicos de China llevaron a Trump en 2019 a crear un nuevo cuerpo militar: la Fuerza Espacial de EEUU, que estará bajo el control de la Fuerza Aérea. “En medio de las graves amenazas a nuestra seguridad nacional, la superioridad en el espacio es absolutamente vital”, afirmó. 

La competición en el desarrollo de misiles y cohetes es tremenda. En diciembre despegó el nuevo 'Larga Marcha-8', que llevó cinco satélites y con el que Pekín quiere aumentar su participación en el mercado de lanzamientos espaciales. Una variante futura de este cohete será reutilizable, situándolo a la par que la serie Falcon, fabricada por la firma estadounidense SpaceX. En mayo, SpaceX fue la primera empresa privada que colocó gente en órbita y asegura que llevará turistas a Marte.

A su vez, Rusia puso en servicio en 2019 el primer misil hipersónico intercontinental que, según Putin, es capaz de atravesar todos los escudos antimisiles existentes. En un comunicado conjunto, Pekín y Moscú se comprometieron a una mayor cooperación en la exploración y tecnologías espaciales para contrarrestar la presión de EEUU. 

De la visión común del espacio se ha pasado a una especie de última frontera, lo que impulsa la creciente privatización y militarización, que urge controlar antes de que desaten una pavorosa guerra espacial. 

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