Discursos contra los avances científicos
El Día de la Marmota
Cuando la ciencia se erigía en heroína de la película, contratacaron los zombis negacionistas: terraplanistas, antivacunas y 'nevacionistas'
Jordi Serrallonga
Arqueólogo, naturalista y explorador. Colaborador del Museu de Ciències Naturals de Barcelona.
Jordi Serrallonga
Si yo fuera el meteorólogo Phil Connors (Bill Murray), no me importaría entrar en un bucle temporal y, cada mañana, repetir la misma jornada. Y es que, en la película 'Atrapado en el tiempo', la recompensa diaria de Phil resulta tentadora: una enésima cita con la inteligente y bella Rita (Andie MacDowell). El título original del filme es 'Groundhog Day', por lo que en Sudamérica acertaron con la traducción: 'El Día de la Marmota'.
Ahora bien, cuando suena mi despertador biológico, ni me hacen el desayuno, ni cada 2 de febrero veo a la marmota en las calles de Punxsutawney –Pensilvania–, ni mucho menos me espera Rita con una sonrisa. Estoy en mi cama de L'Hospitalet, salgo con el estómago vacío y despeinado para ir en busca del tren, y con las gafas –todavía empañadas– repaso lúgubres noticias en el móvil. Solo entonces es cuando descubro que, como Phil, también me hallo atrapado en el tiempo: desde terraplanistas en pleno siglo XXI, pasando por persistentes negacionistas del cambio climático global, hasta convencidos de que la campaña de vacunación para el covid-19 es una conspiración internacional. 'Llamp de Rellamp!', como suele renegar mi capitán Haddock. No puedo creerlo, ¡vivo en el Día de la Marmota!
A principios de 2020 empezó el confinamiento a causa del SARS-CoV-2 y, como buenos feligreses, nos encomendamos a la ciencia: rezamos para que hubiera un médico cerca y que las virólogas ideasen, a la velocidad del rayo, nuevas vacunas sanadoras. Cómo cambian las cosas cuando ves las orejas al lobo. En perfecta comunión, tanto en las esferas más altas como entre la ciudadanía expectante, por fin elevamos la ciencia a los altares. A pesar de las recomendaciones y restricciones, daba igual que asistieras a un mitin político con besos y abrazos, a una misa concurrida, a una comida para empresarios y cargos públicos, o a una 'rave' invisible. Si pillabas el bicho ya estaban los galenos y sanitarios –que aplaudíamos a ritmo de Dúo Dinámico remasterizado– para que nos intubaran en una uci junto a los que, en nuestro papel de zombis irresponsables, habíamos infectado.
En el «antes del Virus» (a. V.) vapuleamos a la ciencia sin piedad, y no solo con recortes presupuestarios, sino permitiendo la fuga de cerebros. Dinero público tirado a la basura. Incluso nos burlamos de ella diciendo que estudiar océanos, bosques, pájaros o estrellas era algo exclusivo de románticos, y que no servía de nada frente a lo útil: meternos en berenjenales políticos, pugnas económicas y estupideces varias. Pero, milagro. La pandemia parecía que, por fin, unía a los pueblos por encima de la egolatría de ciertos dirigentes, el enriquecimiento personal y las rabietas entre partidos. La lucha contra el virus era lo más importante, y la ciencia se revelaba como la mejor arma. Todo fue un espejismo.
No solo siguen faltando recursos médicos, o actuamos muy tarde en las residencias de ancianos, sino que al llegar la tan demandada y necesaria vacuna (lo único que tenemos para frenar al bicho) no han sido pocas las voces que reniegan de su efectividad. Es fácil hacerlo cuando, hasta ahora, habíamos vivido tranquilos; no fue lo mismo para los millones de personas que antaño murieron del sarampión, el tétanos, la viruela, etcétera. ¿Por qué esta miopía frente a la ciencia? Mandatarios cristianos (¿cristianos?) clamando para que nos alejemos de la medicina y busquemos la salvación en el culto; si se ofrecen como cobayas –cosa que dudo– voto por estudiar la efectividad de semejante genialidad. Tertulianos mediáticos venidos a más, que sin tener ni idea de genética, te sueltan en 'prime time' que los laboratorios farmacéuticos han metido ADN de feto humano en la composición de las vacunas.
No podré escapar del Día de la Marmota pues, para rematar, han surgido los 'nevacionistas'. Aterriza Filomena y descubrimos que el cambio climático –demostrado por climatólogos, arqueólogos, ecólogos, oceanógrafos, glaciólogos, etcétera, con datos empíricos– es puesto en duda por cuatro lumbreras que, viendo la nieve caer, exclaman que el calentamiento global era nada, un chascarrillo, y que mejor invertir en deportes de invierno. Lo dicho, sigo atrapado en el bucle temporal de siempre... y sin Rita.
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