La hoguera
Parler, el Cuarto Reich
Los jeques de California no solo ponen candados a la libertad de expresión de su territorio, sino en toda la red
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Juan Soto Ivars
Cuando Trump ganó las elecciones de 2016 proliferaron análisis que aseguraban que, sin Facebook, esa victoria no hubiera sido posible. Su uso de Twitter durante los cuatro años siguientes ha sido como el de los fachas tronados y los mamelucos de la izquierda radical con la diferencia de que él era el presidente de la potencia nuclear más grande del mundo.
Trump usó estas redes que ahora lo tratan de apestado para hacerse grande y crear hordas a su servicio, y estas empresas con códigos éticos como sacados del panfleto Buzzfeed se lo permitieron. Después descubrieron horrorizados el monstruo que habían creado.
Este monstruo no era Trump, sino el mundo de Trump, que es el mundo de las redes sociales. Un lugar en el que la justicia no existe y el ajusticiamiento se lo toma por la mano una multitud furibunda y descerebrada, hoy el Capitolio y ayer con los autos de fe de cada día. Un lugar donde la diferencia entre la verdad y la mentira no son los hechos, sino las opiniones intoxicadas por la propaganda y la ideología.
No hay ninguna diferencia entre un Twitter con Trump y uno sin él, porque Twitter es Trump. Al expresidente se le acusa solo por haber llevado al extremo lo que otros populistas mantienen a medio gas. Si vaciamos de contenido las palabras (y lo hacemos), si adaptamos la verdad a nuestros sentimientos (y lo hacemos), si idolatramos identidades divisorias y exageramos nuestra crispación (y lo hacemos), la única incógnita es cómo se llamará el próximo que lance a sus hordas contra una institución tan pasada de moda como la democracia.
Hablemos claro: Trump es un síntoma de la enfermedad provocada por la tecnoutopía de Silicon Valley. Horrorizados por las consecuencias de sus lucrativos actos, que han hecho del mundo un lugar intrínsecamente inestable y desapacible, los jeques de California han decidido endurecer sus estándares morales de cara a los papanatas de izquierdas. Ahora solo podrá insultar, acosar y mentir la gente que piensa como ellos.
Como consecuencia, muchos conservadores se sienten expulsados de unas redes donde lo políticamente correcto censura mucho más que incitaciones al golpe de Estado. Huyen a Parler pero las cabezas de la hidra no permiten que se profane su territorio. Molestos por la sangría de usuarios y no por el fascismo, los jeques torpedean Parler y el reducto salta en pedazos en cuestión de horas sin que nadie mueva una ceja.
De modo que ahora usted no puede decir ciertas cosas en Facebook o Twitter que antes sí estaban permitidas y le reportaban seguidores (y hasta la presidencia de los Estados Unidos), pero tampoco puede decirlas en otra red, porque la todopoderosa Amazon, la todopoderosa Apple, la todopoderosa Google y el todopoderoso Facebook se conjuran para cerrarla.
No solo ponen candados a la libertad de expresión de su territorio, sino en toda la red. Les basta decir que algo es el Cuarto Reich para ejercer el derecho de pernada con millones de usuarios. Y todavía habrá bobos que les den las gracias.
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