Opinión | Elecciones del 14-F
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI
Salvador Illa en la intimidad
El día de Reyes, antes del almuerzo, Salvador Illa tuvo una charla con su mujer. Afuera lucía un sol frío, avaro.
El día de Reyes, antes del almuerzo, Salvador Illa tuvo una charla con su mujer. Afuera lucía un sol frío, avaro. Era una de las pocas jornadas familiares que se ha permitido el ministro de Sanidad desde el primer estado de alarma por la pandemia. La reunificación geográfica de la familia volaba en círculos sobre la conversación. Desde la cocina llegaba, tentador, el olor de un pescado en el horno.
-Salvador, cuando termines tu trabajo en el ministerio te tomarás un descanso, ¿no? –propuso ella. Él la miró insinuando una sonrisa, solo una intención.
-Oh, no, no. Ni hablar. Yo soy candidato para ganar. Y voy a ganar.
La víspera y el día siguiente de la reunión familiar, el gabinete demoscópico Gesop sondeaba la opinión pública catalana. El resultado, recién publicado por EL PERIÓDICO, es sísmico. Los socialistas, con Illa al frente, podrían ganar por primera vez las autonómicas en Catalunya. Solo con Pasqual Maragall estuvo el PSC a punto de conseguirlo. Maragall sumó en 1999 casi 5.000 votos más que Jordi Pujol y en 2003 batió por más de 7.000 a Artur Mas, pero en ambas citas se quedó cuatro escaños por debajo de sus rivales nacionalistas. Pese a ello, en 2003 logró la presidencia coligado con ERC y la extinta ICV, hoy en los ‘comuns’.
El día de Reyes, Illa jugaba con ventaja con su esposa. Él manejaba de antemano encuestas que perfilan la misma tendencia. La categórica negativa a la propuesta familiar de un respiro no era solo la expresión más o menos obligada de todo candidato; tenía fundamento técnico. Su «y voy a ganar» puede confirmarse o desmentirse el 14-F, pero no es la alucinación de un aspirante demenciado.
Populismos
Pedro Sánchez y Miquel Iceta consideran que el momento para jugar la carta de Illa es óptimo. Que no habrá otro mejor. El ministro se ha labrado una sugerente imagen de fuerza tranquila. Es una representación poderosa en la era de la bronca política perpetua. La democracia estadounidense, arrinconada por el delirio populista de Trump. El eco de otro presidente, Quim Torra, enardeciendo a los radicales que asediaban el Parlament: “Apreteu i feu bé!” La fuerza democrática tranquila frente a los populismos falaces. Este será un relato de Illa.
El virus todavía hará estragos, pero la vacunación está en marcha y la pandemia tiene fecha de caducidad. La proyección del ministro de Sanidad declinará forzosamente a medida que la emergencia sanitaria remita. Eso si nada se tuerce en la fase final del combate contra el covid. Es el momento óptimo, insiste el PSC. Las encuestas, además, descartan el riesgo, temido por algún socialista, de un resultado tan adverso que queme el presente y el futuro en una misma hoguera prematura. Ganar, aunque una nueva alianza independentista dejara a Illa en el banco de la oposición, o elevar al PSC hasta la segunda posición serían bases sólidas para organizar el segundo asalto.
Después de ser alcalde de La Roca, su pueblo, Illa ambicionó concienzudamente dos cargos, la gerencia del Ayuntamiento de Barcelona y un escaño en el Congreso. No consiguió ninguno de los dos. Ahora va la tercera.
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