Tablero catalán

'Trumpism', trumpismo, 'trumpisme'

Donald Trump ha dado nombre al ‘trumpism’, un modo de proceder que en este lado del Atlántico no nos es ajeno, hasta el punto que el término se explica perfectamente también en castellano y en catalán

Una de las imágenes del asalto al Capitolio captadas por Jim Lo Scalzo

Una de las imágenes del asalto al Capitolio captadas por Jim Lo Scalzo / EFE

Josep Martí Blanch

Josep Martí Blanch

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El asalto al capitolio ha dado la razón a los que vaticinaban que Donald Trump llevaría hasta el límite la negativa a aceptar su derrota en las urnas. Así son los populistas, independientemente del aderezo ideológico que adorne su teatro. La democracia sirve si ganan. En caso contrario no es más que un obstáculo entre ellos y el destino que están llamados a protagonizar en nombre de ideales o intereses. Quien más, quien menos se ha puesto las manos en la cabeza: ¡Dónde hemos ido a parar! ¡El templo de la democracia occidental asaltado por las hordas supremacistas y analfabetas! Con el escándalo, la pregunta: ¿Cómo ha podido pasar? Y enseguida el alivio: ¡qué lejos nos quedan los Estados Unidos! 

Pongamos la lupa para ver si nos sale a cuenta estar tan aliviados. En España hay un partido con 50 diputados en el Congreso de clara filiación trumpista: VOX. Supremacistas españoles, resabiados con el presente, añoradizos del pasado y con un programa que podría titularse Make Spain Great Again. Las diferencias entre Trump y Abascal son la edad, la barba y la cuenta corriente. Todo lo demás resulta accesorio ya que ambos rigen de similar manera. 

Antecedente en el Congreso español

También hay un partido en el Gobierno, Podemos, que en 2016 animó las iniciativas encaminadas a ocupar el Congreso, y en segunda instancia a rodearlo, para evitar la investidura “ilegítima” de Mariano Rajoy. Un objetivo similar al que perseguían los trumpistas de Washington.

Seguimos. En 2012, el entonces presidente de Catalunya, Artur Mas, tuvo que desplazarse en helicóptero al Parlament para que pudiera celebrarse el pleno en el que debían aprobarse los presupuestos autonómicos. No fueron pocas las voces que desde partidos de izquierda o de extrema izquierda -el espacio de la actual Catalunya en Comú y la CUP- entendieron aquella manifestación como un estupendo ejercicio de “democracia real”.

Más aún. En octubre de 2017, JxCat, ERC y la CUP invocaron una gaseosa razón democrática para aprobar leyes en el Parlament que subvertían el marco legal. Poco después, Carles Puigdemont proclamaba una república de quita y pon al puro estilo trumpista. Un año después, su sustituto, Quim Torra, pedía a los ciudadanos defensores de esa república inexistente que forzasen la situación –“Apreteu, i feu bé d’apretar”- y, al igual que Donald Trump, encomendaba a sus seguidores a estar pendientes de la señal para actuar cuando llegase el “momentum”. De hecho su llamamiento derivó en un intento de asalto al Parlament de Catalunya. 

Para los populistas, la democracia sirve si ganan, si no es un obstáculo entre ellos y su destino

Sumemos algún elemento más. Desde las instituciones del estado, del mismo modo que Trump ha aprovechado su presidencia para intentar alterar las normas de funcionamiento democrático, se puso en marcha una operación Cataluña con fondos públicos para arruinar carreras políticas y patrimonios de personas por razón de su ideología. O, seamos prudentes, hay dudas razonables sobre los atestados policiales que, con papel de calca, han servido para construir sentencias que mantienen en la cárcel a activistas sociales como Jordi Sánchez o Jordi Cuixart que han merecido la clara contestación de instituciones de prestigio internacional como Amnistía Internacional.

Podríamos hacer la lista también de aprendices de Steve Bannon – no le alcanzan la suela de los zapatos en inteligencia ni recursos- al frente de periodicuchos, editados en Madrid o Barcelona, no sólo digitales, obsesionados en trazar cada día una línea divisoria entre buenos y malos españoles, catalanes de verdad o botiflers. Y, en este mismo capítulo, podríamos hacer también una lista de políticos -no son pocos- que se han dedicado a señalar a informadores y a medios de comunicación, culpándoles de todos sus males y de todos sus fracasos.

Comodidad 'progre'

Es más cómodo imaginar que el trumpismo empieza y acaba en los Estados Unidos y que el ejército de zafios cantamañanas que invadió el capitolio son, en comparación con nosotros, una pandilla de descerebrados analfabetos e incultos con los que nada tenemos que ver. Como además son de derechas, toda la izquierda queda a resguardo de poder ser confundida con el trumpismo. ¡Qué error!

Trump ha dado nombre al trumpismo pero en el fondo sólo es la concreción práctica -en el hasta hace poco el país más importante del planeta- de un modo de hacer que en nuestros lares también se empeñan en practicar no pocos próceres de la política.

Y sí, tal y como se reitera a menudo, detrás de un trumpista hay razones que hay que entender para activar políticas reformistas que desactiven el malestar acumulado que lleva a muchos ciudadanos a seguir con vendas en los ojos a cualquier flautista. Pero entender las causas, incluso compartirlas si nos parecen justas, no debería hacernos olvidar el callejón sin salida al que siempre lleva la manera de hacer populista y que quien opta por estos derroteros siempre deja las cosas mucho peor que como las encontró. No sólo en Estados Unidos.

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