A pie de calle

Días a medias

Nos vemos pero no nos podemos tocar, como fantasmas, vivos y muertos al mismo tiempo, como el gato de Schrödinger en su caja

Una mujer interna en una residencia de mayores de València abraza a su sobrino a través de un plástico habilitado a tal efecto, el 17 de junio pasado

Una mujer interna en una residencia de mayores de València abraza a su sobrino a través de un plástico habilitado a tal efecto, el 17 de junio pasado / Efe / Biel Alino

Natàlia Cerezo

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Es el día de Reyes por la tarde. En la Rambla de Sabadell hay aquella electricidad de los días previos de Navidad, cuando la gente hacía cola en las tiendas y se saludaba desde lejos. De hecho, parecería Navidad si no fuera porque en vez de cargar bolsas la gente lleva las manos en los bolsillos.

–Este año parece que todo va a medias. Navidad ha llegado y ya ha pasado, y no parece ni una cosa ni la otra.

Papá y yo hacemos cola en una panadería cafetería. Hemos quedado el día de Reyes porque con las nuevas medidas no sabemos cuándo nos volveremos a ver. La cola avanza a paso de tortuga, la gente pide cafés para llevar, cruasanes, barras de pan enharinadas como si les hubiera nevado encima. Somos impacientes, esperar no nos gusta nada. Papá mira cuánta gente tenemos delante y luego se gira hacia la terraza, con las mesas y sillas envueltas en cinta de plástico como si se hubiera cometido un crimen, se queja de que ya no podemos ni tomar café en condiciones.

–El día de Sant Esteve nos levantamos y no sabíamos qué día era.

El año que viene irá mejor, le digo poco convencida. Papá suspira y me pregunta por el trabajo. El trabajo le preocupa mucho, el suyo y el nuestro. Tiene 60 años y no ha gastado ni un día de paro desde que empezó a trabajar, con 14, en un taller mecánico. Nos toca y pedimos un par de cafés para llevar. Papá vuelve a mirarse la terraza con tristeza. Bajamos por la Rambla. El café nos calienta las manos y la cara, le digo que no está mal pasear con un café en las manos cuando hace tanto frío, y él se ríe.

Un rato después lo acompaño al coche y nos despedimos. Me resulta raro pensar que hace casi un año que solo abrazo a mi novio y a los gatos. Sí que es verdad que todo va a medias, nos vemos pero no nos podemos tocar, como fantasmas, vivos y muertos al mismo tiempo, como el gato de Schrödinger en su caja. Papá baja la ventanilla, arranca y mientras se marcha saca el brazo por la ventanilla y sonríe, venga, ya queda menos.