El cambio de año
Las uvas
2020 ha sido una enorme montaña de guano, en la que han brillado unos raros diamantes de felicidad, más valiosos aún por su escasez. Conservémolos y luzcámolos en 2021
Sí, lloré. Acabó el año y lloré como una madalena frente a la tele mientras engullía sin pensar unos granos de uva roja. Hasta pocos minutos antes de las campanadas estuve dormitando con una serie de romances en la época de la Regencia británica, sola en casa. Creo que no fui la única. Había estado cocinando todo el día para llevarles croquetas y cosas que engordan a las tres personas que más quiero y así cenar juntas en la distancia, y por la tarde había hablado también con mis amigos, y recordado otros treinta y unos de diciembre, y declarado con ellos que volveríamos a brindar, pero que hoy tocaba pijama y sofá. Y vi a la Obregón -de la que yo, como tantos, me he reído, año tras año, posado tras posado, como si por cualquier razón tuviera derecho o motivos para ello- y he pensado en la hija de unos amigos, que tiene dos años y sufre una enfermedad que nada tiene que ver con el covid pero también la puede matar o hacerlos sufrir sin límite, y en lo que cuesta encontrar qué decir o cómo ayudar cuando el dolor individual se diluye en el colectivo.
Y me comí las 12 uvas -variedad Sweet Celebration, te tienes que reír- mientras la retransmisión con la Puerta del Sol se superponía a los fuegos artificiales y a un perro ladrador, y en mi tele Obregón pedía vestida de fiesta más fondos para la investigación contra el cáncer, y el absurdo de este año me ha caído encima en avalancha en un segundo volvía un año más lleno que algunas décadas. Estaba ahí todo lo que hemos perdido: las personas, los trabajos, el tiempo sin abrazos... Pero luego he oído a mi vecina despidiendo alegre a su novio antes del fin del toque de queda, porque no nos queda otra que afrontar con optimismo los afectos racionados. Y me ha dado por pensar que la esperanza era un deber de resistencia, porque la vacuna está, pero no aún la vacunación y tiene que llegar a todo el mundo y además hacerlo a tiempo.
Se ha dicho que 2020 ha sido el año de la vulnerabilidad, la complejidad y la resiliencia. Pero lo que ha sido sobre todo es una enorme, maloliente y escarpada montaña de guano, en la que han brillado unos raros diamantes de felicidad, más valiosos aún por su escasez. Conservémolos y luzcámolos en 2021, lectores, y ojalá brille pronto otra vez el sol.
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