Opinión | Editorial

El Periódico

Brexit atenuado en Gibraltar

El acuerdo entre Madrid y Londres reduce al mínimo las consecuencias de la separación a ambos lados de la verja. Cualquier otra solución hubiese sido muy perjudicial

Una familia británica se dirige hacia Gibraltar desde La Línea de la Concepción, el 1 de enero del 2021

Una familia británica se dirige hacia Gibraltar desde La Línea de la Concepción, el 1 de enero del 2021 / REUTERS / JON NAZCA

La consumación del Brexit el primer día de 2021 apenas se ha hecho notar en el territorio de Gibraltar gracias a la sensatez de un acuerdo entre el Reino Unido y España que evita la conversión de la verja en una frontera dura. El Peñón era un asunto pendiente después de que, a finales de diciembre, un pacto in extremis entre el Reino Unido y la Unión Europea acordara los términos que regularán la relación futura entre los antiguos socios, y que ambas partes consideran satisfactorio en general. No obstante, contra los vaticinios desmesuradamente optimistas de Boris Johnson en su discurso de fin de año, el divorcio tiene consecuencias, los controles en los accesos al Eurotúnel se han agrandado, los ciudadanos británicos deben viajar por Europa con el pasaporte bajo el brazo, los estudiantes no pueden acogerse al programa Erasmus y la conversión del Reino Unido «en un país totalmente independiente», proclamada por el 'premier', no es mucho más que un eslogan destinado a encubrir un disparate.

El reconocimiento de facto de la excepcionalidad gibraltareña ha reducido al mínimo las consecuencias de la separación. La paradoja es que mientras los ciudadanos de las islas, que nunca formaron parte del espacio Schengen, deben enseñar a partir de ahora el pasaporte para acceder al territorio del Peñón, colonia británica al fin, la población gibraltareña puede entrar y salir de él sin mayores requisitos porque ha quedado integrada en el espacio Schengen, y cualquier ciudadano europeo de un país firmante del tratado de Schengen puede entrar en el Peñón sin pasar por enojosos trámites aduaneros. Dicho de otra forma, la frontera de la verja se ha esfumado y los controles de seguridad, competencia de Frontex, se han reducido al puerto y al aeropuerto del enclave. Cualquier otra solución hubiese estado falta de realismo y hubiese sido muy perjudicial para las poblaciones de la Roca y del Campo de Gibraltar, un espacio económico afectado por un paro endémico y muy dependiente del mercado de trabajo de la colonia. Con el acuerdo, no menos de 15.000 personas que todos días acuden al Peñón a ganarse la vida se han visto liberadas de los trámites inherentes a una frontera dura, y los miles de gibraltareños que realizan el mismo trayecto a la inversa ven atendida en buena medida su oposición radical a dejar la UE (el 94% se opuso al Brexit en el referéndum de junio de 2016).

El tratado que en los próximos seis meses deben negociar la UE y el Reino Unido para consolidar el acuerdo bilateral entre los Gobiernos de Londres y Madrid, trabajosamente cerrado, no puede ni debe hacer más que ratificar una realidad social insoslayable: la interdependencia social y económica de dos comunidades, la del Campo de Gibraltar (300.000 habitantes) y la del Peñón (35.000 habitantes). Cualquier corrección o nueva exigencia que pretenda retocar lo ahora conseguido correrá el grave riesgo de empeorar lo logrado.

Por lo demás, sigue sin respuesta la gran pregunta: ¿qué ventajas entraña el Brexit para el Reino Unido? Si el Ulster se mantiene dentro del mercado único y, en la práctica, estrecha su vínculo con la República de Irlanda y Gibraltar queda incluido en el espacio Schengen y los intercambios económicos con la UE quedan a salvo de cautelas, ¿qué beneficio inmediato entraña el divorcio para los ciudadanos de las islas? Probablemente ninguno que pueda cuantificarse más allá de la propaganda de un soberanismo muy alejado de las exigencias de la economía global.