Cuantificar el bienestar

Producto interior bruto vs. felicidad interna bruta

Frente a los modelos económicos convencionales, otros índices miden el desarrollo humano

Escuela de Lagos, Nigeria

Escuela de Lagos, Nigeria / Efe

Mariano Marzo

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Las sociedades modernas utilizan ciertas variables inmateriales que permiten describir, analizar y comparar para diferentes países los niveles de rendimiento económico, riqueza y calidad de vida. 

La evaluación del rendimiento económico comúnmente se basa en una serie de variables (que los economistas quisieran ver evolucionando siempre al alza) tales como: crecimiento industrial, producto interior bruto (PIB), ingresos disponibles, productividad del trabajo, exportaciones, superávit comercial, tasa de participación en la fuerza de trabajo, empleo total, etcétera. La apreciación de la riqueza, que generalmente se mide per cápita, suele tener en cuenta, entre otras variables, el PIB, los ingresos brutos, los ingresos disponibles y el patrimonio y/o capital acumulados. Por su parte, la calidad de vida, un concepto relativamente etéreo y subjetivo, acostumbra a estimarse en base a una combinación de variables socioeconómicas. 

Uno de los ejemplos más conocidos de tal combinación es el índice de desarrollo humano (IDH) implementado y recalculado anualmente por el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas. Este índice sintetiza los logros alcanzados por cada país en tres facetas fundamentales del progreso humano, como son el disfrute de una vida larga y saludable, la posibilidad de adquirir y ampliar conocimientos y la facilidad de acceso a un nivel de vida digno. El IDH se calcula a partir de la media aritmética de indicadores que cuantifican los valores medios de la esperanza de vida, el grado de educación y los ingresos medidos por el PIB per cápita.

Más allá del crecimiento económico de un país, factores como el grado de educación y la inclusión reflejan la calidad de vida

Más recientemente, en 2017, el Foro Económico Mundial introdujo un nuevo indicador de la calidad de vida, denominado índice de desarrollo inclusivo (IDI). Este se basa en un conjunto de resultados que permiten una evaluación multidimensional del estándar de vida, no solo según el nivel de desarrollo actualizado de un país sino teniendo en cuenta también los desempeños alcanzados durante los últimos cinco años. Para cada país, el IDI se calcula en base a tres pilares: crecimiento y desarrollo, inclusión (o participación de todas las personas, ricas o pobres, capacitadas o discapacitadas, de la mayoría o de las minorías) y equidad intergeneracional y sostenibilidad. En realidad, el IDH 2017 y el IDI 2017 muestran un alto grado de coincidencia y solapamiento, de modo que sus respectivos 'rankings' comparten seis países entre los diez primeros (Noruega, Suiza, Islandia, Dinamarca, Holanda y Australia).

Quizás, la aportación más llamativa a los intentos de evaluar la calidad de vida haya sido la propuesta de estimación de la felicidad o satisfacción con la vida, planteada por Bután. Este pequeño país, ubicado en la parte oriental del Himalaya, fue noticia en 1972 cuando Jigme Singye Wangchuck, el cuarto rey de la nación, se planteó medir el progreso del reino utilizando el índice de felicidad nacional bruta (FNB) o felicidad interna bruta (FIB). El término fue propuesto como respuesta a las críticas sobre la persistente pobreza económica del país y con el fin de remarcar las peculiaridades de la economía de Bután, cuya cultura está mayoritariamente basada en los ideales budistas. Así, mientras que los modelos económicos convencionales contemplan el crecimiento económico como un objetivo esencial del desarrollo humano, el concepto de FIB se sustenta en la premisa de que el verdadero desarrollo se encuentra en la complementariedad y refuerzo mutuo de lo material y lo espiritual. Por ello, los cuatro pilares del FIB son: el impulso de un desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de los valores culturales, la conservación del medio ambiente y la implantación de un buen gobierno.

Obviamente, convertir un concepto tan atractivo como el del FIB en un indicador que pueda ser cuantificado y monitorizado periódicamente resulta muy complicado. No en vano, la satisfacción con la vida está estrechamente conectada con un cierto número de aspectos cualitativos que no se dejan capturar numéricamente. Y, en cualquier caso, convendría no olvidar el ejemplo de EEUU, donde, al parecer, la felicidad no fue una variable clave en el desarrollo experimentado con posterioridad a la segunda guerra mundial. Según las encuestas, en 1948, el 43% de la población se declaraba muy feliz. El porcentaje alcanzó su máximo, un 55%, en 2004, y el punto más bajo, un 37%, tras el 11S de 2001, aunque para 2006 era del 49%, apenas sin cambio respecto al 47% de 1952, más de medio siglo atrás.

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