El discurso del Rey
Esta vez no era el hijo del chófer
Mientras repiten su cantinela, la realidad desmiente que este país sea ciego, mudo y sordo
Antonio Franco
Periodista
Antonio Franco
El discurso real del año de la peste fue como el resto del año. El mensaje navideño más esperado y luego visto y oído jamás por los españoles en toda su historia malhumoró bastante y le quitó brillo a una Nochebuena que necesitábamos reanimadora. Cuando acabó, cuando la gente percibió que había acabado, que los guionistas habían decidido no darles lo que ella esperaba, para bastantes personas sensatas luego la sopa de 'galets' resultó estar poco ligada, el cabrito les pareció soso, del besugo quedó la sensación de que siempre hay que recelar de él porque suele esconder alguna espina, mientras los del pollo relleno echaron en falta ingredientes más serios y gustosos e incluso los barquillos supieron a reblandecidos, parecían haber sido reaprovechados de los viejos años con los que se necesitaba marcar distancias.
¿Tenemos una monarquía moderna capaz de hablar con lenguaje del siglo XXI sobre los problemas del siglo XXI? En Estados Unidos debaten con pelos y señales los aciertos y errores de Trump, a escala planetaria la televisión no esconde los traumas de la familia real británica, Macron sabe correr el riesgo a equivocarse cuando dice abiertamente lo que piensa del integrismo de un sector de los musulmanes de Francia, pero aquí , en España, la libertad de expresión todavía debe utilizarse desde las instituciones con insinuaciones indirectas. La única explicación que nos dan es que se habían creado expectativas excesivas. Pero mientras repiten esa cantinela la realidad desmiente que este país tenga vocación de ciego, mudo y sordo.
El libro de moda, por ejemplo, 'El hijo del chófer', aproxima a todos las claves patológicas que rodeaban la codicia de la familia de Jordi Pujol; en la arena pública nadie calla ante las ideas y venidas de otro presidente de la Generalitat que vive huido en el extranjero; varios ministros españoles y altas personalidades de diversas autonomías conocen la cárcel tras haber sido escrutados por la justicia y la información democrática. Con nuestras contradicciones sobre lo que se puede y no se puede decir de la monarquía acabaremos llegando a la conclusión de que el problema es más la monarquía que lo de saber o no saber, pues casi todos nos hemos hecho una idea sobre lo sucedido y lo que debemos corregir.
La Casa Real y el Gobierno han querido subsanar con una supuesta vacuna de lenguaje indirecto y jesuítico en un mensaje de Nochebuena las mentiras nada piadosas de muchos mensajes previos de Nochebuena en los que, año tras año, el emérito habló contra la corrupción. Ahora nadie pedía que su hijo hiciese nada más que ser claro. En todo caso se deseaba que, además, desde la propia institución monárquica se apostase por acabar con esa inmunidad real para los delitos privados que nos mantiene en la esfera del viejo absolutismo. Que se uniese con franqueza a un debate pendiente que la baja calidad media del resto de nuestra encrespada clase política tiene bloqueado. Que expresase que en esto los reyes ya no son los padres. Pero España es así, y así se nos deshilacha poco a poco. Autoengañarnos es el único proceso que al parecer sabemos hacer todos juntos y en unión.
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