El tablero catalán

Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa

Felipe VI, durante uno de sus discursos de Navidad.

Felipe VI, durante uno de sus discursos de Navidad. / EP

Josep Martí Blanch

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Las expectativas las carga el diablo y las revientan los hechos. Estaban todos los escribientes del reino frente al televisor, no fuera a darse el caso que por una vez la alocución navideña de Su Majestad fuese alguna cosa más que un asomarse a la ventana para ver al niño en la cuna.

Pero ¡oh, sorpresa!, fue que no. Felipe VI hizo lo que se espera de un monarca: presentar con pompa palaciega la receta de la sopa de ajo. ¿Para qué inventar si la cocina tradicional funciona? Ha sido el discurso real navideño más visto por los españoles. Casi once millones se congregaron ante el televisor. Aun así, lejos de los 14,6 millones que le escucharon al inicio de la pandemia o de los casi 13 que apostaron las orejas ante el televisor para ver como reprendía por las orejas al soberanismo catalán en octubre del 2017.

¿Qué esperaban? ¿Un harakiri? ¿Una invitación a la toma la Zarzuela? ¿el anuncio de una gran purga en las fuerzas armadas? ¿Un reconocimiento del derecho a decidir de los catalanes? ¿La quema en directo de un retrato de su padre? El propio gobierno, a través de sus voceros, había ayudado a crear el ambiente de un antes y después a cuenta del discurso. En realidad esa posibilidad ni tan siquiera existió. El mejor consejo para un Rey y para quienes escriben sus discursos lo escribió Santa Teresa: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa.

La alocución tuvo tres partes. En la primera, cerrando los ojos, uno podía imaginarse despertando de un coma profundo en una España postpandémica que había decidido coronar rey a Fernando Simón en señal de agradecimiento. En la segunda, Felipe VI cumplió con el aburrido papel de poner voz al mensaje siempre optimista del gobierno de turno: no será fácil pero saldremos adelante y mira como beben los peces en el río.  La tercera tuvo un poquitín más de enjundia, sin que faltase el argumento de siempre. Esto es, lo mal que nos llevábamos en el pasado los españoles entre nosotros y la suerte que tenemos ahora de tener una Constitución que, como los ibuprofenos y los paracetamoles, sirve para todo.  El aliño del menú ligero servido por Felipe VI fue la breve referencia a la honestidad, a los principios éticos que prevalecen sobre los lazos familiares y al espíritu renovador de su reinado. Y con esto y un bizcocho hasta mañana a las ocho. Un buen discurso de Navidad entre cortina y cortina, sus cabellos son de oro y el peine de plata fina.

El guion que todo el mundo tenía escrito se ha cumplido a rajatabla. Los monárquicos aplauden, los republicanos abuchean y los que no acaban de saber siguen escogiendo el turrón en función de cómo amanece, un día el blando y duro al siguiente. También han aparecido, igual de previsibles, las encuestas-vivaelrey que tantos pases de la muerte sirven con precisión milimétrica a los fontaneros, oficiales o no, para que hagan su trabajo en defensa de la monarquía, del mismo modo que los contrarios hacen lo opuesto. Todo y todos, pastorcillos incluídos, en su sitio tras el mensaje.

Aunque tras el resonar de zambombas, panderetas y tamboriles, y tras seis años de reinado, ¡sin prisa Majestad! sería razonable preguntarse en qué consistía -consiste- la renovación con la que dice estar comprometido Felipe VI.

Porque si todo se reduce a jurar por el niño Jesús acabado de nacer que ya no se aceptan regalos en metálico en La Zarzuela, que no hay nadie trabajando de comisionista en la Casa Real y que no se viaja a gastos pagados por el mundo para matar animales y abrazar caprichosamente gráciles cinturas, sin duda es más de lo que se tenía pero quizás no es lo suficiente para los tiempos nuevos a los que se refirió Felipe VI en su coronación.

¿Quiere o no quiere el Rey ser de verdad como el resto de sus compatriotas y responder ante la ley por los delitos que pueda cometer, renunciando de buen grado a esa inviolabilidad 360º de la que disfruta? ¿Quiere el Rey que la Corona pueda reivindicarse por los servicios del presente y del futuro o prefiere seguir a la defensiva, blandiendo como justificación principal de la institución monárquica un pasado guerracivilista y dictatorial cada vez más lejano y que nada dice ya a las nuevas generaciones? ¿Está Felipe VI por un nuevo acuerdo constitucional más allá del folklorismo de desear una feliz navidad en vasco, gallego y catalán?

Lo que cuenta es lo que se va viendo. Y lo que se ve, más allá de los intentos de ganarse las simpatías ciudadanas con la reciente gira covid-express, es una monarquía secuestrada por medio arco parlamentario que la utiliza como ariete para atacar al actual gobierno y a los nacionalismos periféricos sin que hasta la fecha ningún gesto del monarca haya evidenciado incomodidad alguna con dicho rapto. Los tiempos nuevos eran muy viejos. Tan viejos como un discurso navideño.