Escuelas abiertas

El milagro de Bargalló

Solo hay una excepción en toda esta lastimosa secuencia de despropósitos, las escuelas

Josep Bargalló

Josep Bargalló / periodico

Sergi Sol

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Nadie sabe a ciencia cierta cómo vamos a estar el 14 de febrero. Porque si algo hemos comprobado a lo largo de esta pandemia es que toda previsión ha sido mera especulación. Empezando por los científicos. Algunos se afanaron a salir en los medios de comunicación para apostillar, a principios de marzo, que lo del coronavirus chino no llegaba a gripe, como tantas hemos padecido. Y en cualquier caso que jamás llegaría a los Pirineos. Vamos, que ni por asomo saldría de China porque el perímetro de seguridad era tal que jamás cruzaría esa frontera inexpugnable para llegar a Europa. Resultó ser la Línea Maginot. Reincidieron algunos y aseguraron que la solución eran test masivos, como en Eslovaquia que precisamente va a celebrar la Navidad en estricto confinamiento. En fin, como dijo aquel, 'talk is cheap'.

Los restaurantes y bares están cerrados a cal y canto en media Europa. Pero en Catalunya, el sector asegura que para nada en sus locales se transmite el virus. Aunque lo que parece seguro que tampoco se transmite son los recursos suficientes para paliar las pérdidas en unos ya maltrechos negocios. De ahí que sea comprensible el monumental cabreo.

La cultura es segura. Otro de los sectores agraviados por las restricciones impuestas es el de la música, amén de teatros y espectáculos varios. Es tan segura que en Madrid Raphael se ha dado un baño de masas en un local cerrado. ¡Hay que joderse!. Me pregunto por qué motivo entonces no meten 30.000 personas en el Santiago Bernabéu que, además, es un espacio abierto. O en cualquier otro campo de fútbol en los que se respira al aire libre. Otro cantar es como se sobrevive en un mundo que ya no vive de discos vendidos sino de actuaciones en directo. Llegan ayudas, a menudo míseras, que dan para lo que dan. Para ir tirando hasta Dios sabe cuando. Porque a buen seguro más pronto que tarde se van a agotar.

Solo hay una excepción en toda esta lastimosa secuencia de despropósitos y carencias que están acabando con la paciencia y el bolsillo de muchos. Amén de las vidas que se ha llevado por delante. Aquí y en todo el mundo. Con el mundo capitalista a la cabeza en el recuento de muertos a diario. La excepción, insisto, se ha producido donde tal vez era más necesario. En las escuelas. Lo sorprendentemente bien que ha salido el curso escolar parece casi un milagro. Como si de la mano de Dios se tratara protegiendo a nuestros pequeños y a sus tutores. Los vaticinios eran nefastos. Nuevamente reputados científicos irrumpieron en los medios para pedir -diríase que casi para exigir- que las escuelas se mantuvieran cerradas tras el verano. Puesto que era una irresponsabilidad abrirlas. Doctores tiene la Iglesia.

A mi, como padre, lo que me pareció una irresponsabilidad es que se retuviera a los niños a casa para seguir alargando las vacaciones 'sine die'. Y no solo por el afán de evitar que volvieran asilvestrados. Sobre todo porque era el requisito básico para mantener las constantes vitales de la economía. Pues ahí es de justicia reconocer el empeño del 'conseller' d'Educació, Josep Bargalló, que salió airoso del envite. Y recordemos que algún sindicato hasta llevó la apertura de los colegios a los tribunales. Cabe decir, además, que Bargalló amagó con abrir las escuelas ya antes del verano. Era su propósito. No lo logró porqué encontró más detractores que aliados. Una lástima. Porque tenía razón Bargalló, mucha razón. Poco o casi nada se está reconociendo ese buen hacer, ese empeño. Como siempre somos parcos e incluso tercos ante el mérito ajeno. Y es que no quiero ni pensar la que le hubiera caído al 'conseller' de haberle salido mal la apuesta. Suerte que llega la vacuna. Recemos para que sea tan eficaz como esperada.