Opinión | Editorial

El Periódico

Un discurso con vagas referencias al emérito

Felipe VI no satisface a quienes anunciaban una referencia transparente y expresa a la presunta corrupción de su padre en un discurso centrado en el covid

El Rey pide vencer el desánimo ante la crisis y esquiva el caso de su padre

El Rey pide vencer el desánimo ante la crisis y esquiva el caso de su padre

"Ya en 2014, en mi proclamación ante las Cortes Generales, me referí a los principios morales y éticos que los ciudadanos reclaman de nuestras conductas. Unos principios que nos obligan a todos sin excepciones; y que están por encima de cualquier consideración, (...) incluso de las personales o familiares". Había mucha expectación por la forma con la que el rey Felipe VI afrontaría en su tradicional discurso de Nochebuena los escándalos relacionados con la presunta corrupción cometida por su padre, el rey emérito, Juan Carlos I. Para decepción de aquellos que anunciaban una gran proclama del Monarca, poca referencia hubo a Juan Carlos I en la interlocución más que el párrafo que encabeza este texto. Si acaso, un recordatorio al «espíritu renovador» que, según Felipe VI, inspira su reinado.

No es aventurado afirmar que el Rey ha perdido una oportunidad con este discurso. El propio Juan Carlos I fue mucho más contundente cuando en el 2011 afirmó: "Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado (…). Cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La justicia es igual para todos". Eran los tiempos del caso Noós. Este año, tan solo por citar unos ejemplos, en marzo Felipe VI retiró la asignación a su padre a cuenta de los Presupuestos y renunció a su herencia, y en agosto el emérito se mudó a Abu Dabi, donde permanece. El Rey deja que sus acciones y los comunicados públicos, medidos al milímetro, hablen por él, y en Nochebuena tenía la oportunidad de hablar directamente del asunto a un país que así lo esperaba. Declinó hacerlo, lo que supone no satisfacer a las múltiples voces que le reclaman en este asunto un ejercicio de transparencia a la altura de una sociedad democrática del siglo XXI.

El grueso del discurso versó sobre la emergencia sanitaria y las dos crisis que crecen al albur de la pandemia: la económica y la social. Son acertadas las palabras del Rey en elogio a los sanitarios; su llamamiento a la responsabilidad social ante el zarpazo del virus; su apoyo a empresarios y autónomos; su recuerdo de que es imperativo no dejar atrás a los más desfavorecidos; y, en general, su reconocimiento a la forma con la que sociedad española está afrontando la emergencia sanitaria. Es pertinente, en un ambiente de crispación política en el que solo llueven críticas, que el Monarca recuerde que la pandemia no solo ha puesto de manifiesto los puntos débiles de nuestro Estado del bienestar, sino también sus fortalezas, que no son pocas. Son las palabras adecuadas por parte del jefe del Estado en una hora de máxima gravedad. Por este motivo es de lamentar que la atención generada por las presuntas acciones del emérito impida dedicarles la atención que se merecen.