La nota

El Cervantes de Margarit

El premio reconoce al poeta catalán más apreciado y es un gesto hacia la personalidad catalana

Los Reyes, con Joan Margarit en el Palacete Albéniz.

Los Reyes, con Joan Margarit en el Palacete Albéniz. / Casa del Rey

Joan Tapia

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Ayer comentaba el libro de Jordi Amat que, a través de la biografía de un discutido periodista, muestra las relaciones entre el poder político catalán y la prensa. Hoy me reconforta escribir sobre Joan Margarit, sin duda el poeta catalán más conocido en este momento. Hablar de autores y de libros -de ensayo o de poesía- en estos tiempos difíciles es también una forma de afirmar que más allá de la pandemia sigue habiendo una potente vida cultural. Llegué a la poesía de Joan Margarit, un catedrático ya jubilado de Cálculo de Estructuras en la escuela de Arquitectura de Barcelona, por recomendación de mi amigo Lluís Foix. Luego he intercambiado con él breves impresiones en conciertos del Auditori. Y tuve una gran alegría cuando se le concedió el Premio Cervantes, una especie de Nobel de la literatura española e iberoamericana, «como reconocimiento a su obra, tanto en catalán como en español, su lenguaje innovador y la pluralidad cultural que representa». Exacto.

Muchas veces se ha lamentado la excesiva lejanía entre la cultura en lengua castellana y la de lengua catalana. Nunca ha habido un muro de separación entre ambas y ahí está el famosísimo disco de Joan Manuel Serrat sobre los poemas de Antonio Machado para atestiguarlo, pero la escasez en la comunicación cultural ha llevado, a veces, a la minusvaloración de la cultura catalana y a obstaculizar la fluidez en otro tipo de relaciones. Por eso que el Premio Cervantes, concedido por el Ministerio de Cultura y por un jurado muy representativo de la cultura española e hispanoamericana, otorgara el galardón a un poeta que se expresa con asiduidad en catalán fue relevante.

El Cervantes fue creado en 1976, al principio de la transición y el primer galardonado fue Jorge Guillén. Luego lo han sido escritores tan renombrados como Borges, Rafael Alberti, Octavio Paz, Buero Vallejo, Torrente Ballester, Miguel Delibes, Rafael Sánchez-Ferlosio, Mario Vargas Llosa… Desde el 2008 había premiado ya a cuatro grandes novelistas catalanes: Juan Marsé, Ana María Matute, Juan Goytisolo y Eduado Mendoza, pero siempre de lengua castellana.

El caso de Margarit es diferente porque su obra es bilingüe -hace poesía en catalán que él mismo traslada (no traduce) al castellano- y está muy vinculado a la cultura catalana. Incluso a la nación catalana como expresó hace unos años en un pregón de la Mercè.

La entrega del premio, que debería haberse hecho en un acto solemne el pasado 23 de abril en la Universidad de Alcalá de Henares, no pudo tener lugar por el cierre total de actividades originado en marzo por el coronavirus. Y es significativo que el Rey Felipe VI se trasladara el lunes a Barcelona para darle a Margarit, que tiene 82 años y una salud delicada, en un acto íntimo, el premio que en primavera no se pudo entregar con la solemnidad habitual.

Que el jefe del Estado venga a Barcelona para entregar el Cervantes al poeta catalán más conocido y apreciado es un gesto que no puede ser pasado por alto. Tampoco hay que buscarle más interpretaciones, pero el contexto es el contexto. El intento de superar la crisis catalana exige gestos que contribuyan a bajar la gran crispación del 2017. En este marco, que Felipe VI venga a Barcelona -donde no puede hacerlo con normalidad- para entregar el Cervantes a Joan Margarit es, además de un reconocimiento a un poeta que no esconde su honda catalanidad, un gesto hacia la personalidad de Catalunya que otras veces, por distintas razones, no ha tenido suficientemente en cuenta. Ni más, ni menos. Un grano no hace granero, pero ayuda a su compañero.  

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