Análisis

Elecciones en Catalunya, ¿empujamos para salir de las burbujas?

El 14-F, cada voto puede servir para que la política catalana se reencuentre con la sociedad

El expresident Carles Puigdemont

El expresident Carles Puigdemont / David Zorrakino - Europa Press

Albert Sáez

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Catalunya vuelve a las urnas, si la pandemia no lo impide, el 14 de febrero. Poco se podrá juzgar de lo que ha hecho el gobierno de la Generalitat en los últimos tres años. Se ha movido entre la paradoja de tener un activista al frente de la institución; el devenir judicial que eclosionó en duras protestas; la amenaza del "ho tornarem a fer" (la última versión es de este sábado de Puigdemont con el "desbordamiento democrático"); y la gestión de la pandemia. Esta ha sido, en general, tan caótica como en el resto del mundo, aunque mucho más desastrosa en el tema de las residencias de ancianos y en la frivolidad cargada de retórica de los meses en que estuvo Quim Torra al mando. Mirando atrás, es poco probable que muchos cambien el sentido de su voto porque, en la lectura de los últimos 10 años de política catalana, los electores y los partidos viven en dos burbujas que se ignoran mutuamente. En una de ellas, la secuencia es que lo que llaman en deep state desbordó en octubre de 2017 a los políticos españoles y lanzó a la policía, primero, y a los jueces después, contra unos ciudadanos que solo querían votar para apoyar a unos políticos que acabaron encarcelados. Es la Catalunya que se levanta cada mañana diciéndose a sí misma que no hace nada mal y que sus desgracias son el resultado de la "represión" del Estado. En la otra burbuja, la secuencia argumental es la siguiente: una pandilla de populistas en su versión nacionalista embaucaron a sus votantes diciéndoles que la independencia era posible, a sabiendas de que era imposible y, juntos, se saltaron la ley burlando los derechos fundamentales de quienes no pensaban como ellos. Y los jueces y la policía no hicieron otra cosa que actuar en defensa del Estado de derecho. Discursos en el Parlament, alocuciones públicas, batallas en las redes sociales, tertulias y libros alimentan cada una de las burbujas y, en numerosas ocasiones, en el escenario político, hablan como si el otro no existiera aún teniéndolo delante. No digo que no polemicen, pero da la sensación de que no se escuchan, ni un ápice de empatía que se dice ahora.

Esta dualidad política, unos y otros la han intentado trasladar al conjunto de la sociedad con éxito desigual. Donde lo civil hace frontera con lo político, se han salido con la suya, a veces a favor de los independentistas, a veces a favor de los que no lo son. La última batalla de este tipo la quieren librar encarnizadamente en el Barça. Si la dualidad tuviera la base que anhelan las minorías de una y otra burbuja (étnica. lingüística o de clase social), sería lógico que impregnara el conjunto de la vida social. Pero no es así. Es una pugna circunscrita a la esfera política y a sus alrededores. Votantes de las dos burbujas viven en los mismos barrios, trabajan en las mismas empresas, hacen deporte en los mismos clubes, anidan en las mismas familias. Ciertamente, los acontecimientos del 2017 provocaron silencios inquietantes, pero diría que, en este sentido, esta es una sociedad resilente, lo que no significa que una fractura política mantenida en el tiempo no acabe convirtiendo en regla lo que es excepción.

La solución pasa por mirar al futuro, lógicamente aprendiendo del pasado y enmendando los errores. Todo es muy difícil mientras haya políticos en la prisión y líderes que jugueteen con la idea de romper a las bravas. Los partidarios en cada burbuja de perpetuar el conflicto para sacar rédito partidista, que no político, intentan perpetuar ambos hechos. Y generan una trinchera que es muy difícil saltar en el momento de votar. Nadie que votó hace tres años a un político que está en la prisión o reclamado por la justicia va a votar una opción del bloque contrario. Y al revés, los que se sintieron agredidos por aquellos no van a saltar a la otra burbuja. ¿Cuál es entonces la alternativa? En primer lugar, entender que cada voto vale porque condiciona lo que va a pasar. Ni el activismo ni la justicia solventarán la brecha en la política institucional que hay en Catalunya. Son legítimos, pero no para los problemas de este momento. Dentro de cada burbuja hay opciones y personas que defienden la necesidad de cambiar de método sin renunciar a sus objetivos. Hay quienes entienden que el camino a la independencia no pasa principalmente por la confrontación, y hay quienes entienden que la manera de evitar la independencia es tratar los problemas en lugar de ignorarlos. No hace falta, pues, renunciar a ninguno de los objetivos para cambiar el voto. Solo hace falta entender que el más efectivo para lograr un propósito no es el que más grita sino el que tiene mejores argumentos. Y hay oferta en las dos burbujas.