Nómadas y viajantes

Primaveras de mentiras y sangre

Varias mujeres ondean banderas nacionales durante la celebración del quinto aniversario de la caída de la dictadura de Ben Ali Túnez.

Varias mujeres ondean banderas nacionales durante la celebración del quinto aniversario de la caída de la dictadura de Ben Ali Túnez. / MOHAMED MESSARA / EFE

Ramón Lobo

Ramón Lobo

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Las primaveras árabes fueron una ilusión óptica, una muestra más de que nos movemos en un mundo que no piensa, solo retuitea. Nuestros titulares periodísticos y las declaraciones de los gobiernos se refieren a un mundo de fantasía mientras que la realidad real, la de millones de personas, permanece oculta. Debimos saber, y más aún los españoles, que no es fácil saltar de una dictadura y una incultura de siglos al disfrute pleno de las libertades. Requiere educación, paciencia y suerte.

Vivimos tiempos líquidos en los que se mezclan la propaganda, la vaciedad y la torpeza de quienes creímos ver un brote revolucionario en la plaza cairota de Tahrir, un despertar masivo en el mundo árabe, desde Túnez a Siria; desde Egipto a Yemen pasando por Libia.

Decidimos que un grupo de internautas en pantalón vaquero que se expresaban en inglés eran la realidad de unos países aplastados por la violencia militar y el fanatismo. Se cumplen diez años del suicidio del vendedor callejero Mohamed Bouazizi, que se auto inmoló harto del acoso de la policía tunecina. Fue el percutor que desató una ola de indignación que recorrió el Magreb y parte de Oriente Próximo, inspirados por las imágenes que emitía, casi en directo, la cadena de televisión por satélite Al Yazeera, que pertenece al régimen autoritario de Qatar. Parece una contradicción, y lo es. Los catarís jugaban a protegerse y a dañar a Arabia Saudí.

De la primavera a la guerra

Miles de personas exigieron libertad en decenas de ciudades. Cayeron dos dictadores en pocas semanas, el tunecino Ben Alí y el egipcio Hosni Mubarak. Parecía un calco del desplome de los regímenes comunistas de Europa del Este, tras el derribo del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. Aquellas primaveras multiplicadas derivaron en guerras civiles en Siria y Libia, que aún andan enfangados en el empeño de matarse los unos a los otros.

También provocó el fortalecimiento del Estado Islámico (EI), una franquicia de Al Qaeda, a la que pronto la superó en capacidad militar y radicalismo. El EI fue el dueño de gran parte de Siria e Irak en 2013 y 2014. Yemen sigue atrapada en un conflicto que es también una guerra por delegación entre Arabia Saudí (sunís) e Irán (chiís). No hubo verdadera primavera en Riad; ni en Teherán; tampoco en Turquía donde Erdogan, que llegó al poder a través de las urnas, se mantiene por la fuerza con la excusa de la guerra a los kurdos, a los suyos y a los de Siria.

Egipto celebró elecciones libres en 2012 y la sorpresa para el Occidente naif fue descubrir que nuestros internautas de Tahrir, a los que dimos tanto bombo (yo también), no representaban a nadie en el mundo urbano ni en el rural. La única fuerza política y social en Egipto son los Hermanos Musulmanes en competencia con las Fuerzas Armadas, los verdaderos dueños del país. El experimento duró poco. Hubo un golpe de Estado que elevó al poder al general Al Sisi, mucho más duro que Mubarak. Hoy nadie dice nada, ni la Francia de Macron que vende armas al mayor a medio mundo sin importar la catadura del cliente.

Estrategia de confusión

Los mismos clichés utilizados en las primaveras árabes se aplican a las comunidades de origen árabe que forman parte de nuestros países. Muchas de ellas se sienten empujadas a vivir en guetos, pese a tener la misma nacionalidad o pertenecer a la segunda y tercera generación. Existe una estrategia política que trata de confundir migrantes con yihadistas.

La irrupción de las extremas derechas europeas, aupadas por la crisis de 2008, ha contaminado todo el debate desde la simpleza de sus argumentos. Las derechas democráticas (en España, también) han copiado parte de su recetario, temerosas de verse superadas en votos. Priman la seguridad sobre la libertad, los muros sobre los puentes, las mentiras sobre la verdad.

Las migraciones del verano de 2015, provocadas por las guerras de Siria y Libia y los juegos de Erdogan para ganar influencia, alimentaron esos temores. Diez años después de las primaveras árabes seguimos en invierno. No solo aquellos que se creyeron capaces de conquistar su libertad, sino todos, zarandeados por una pandemia global y el temor a un futuro incierto.

Se irá Donald Trump de la Casa Blanca tras hacer añicos el mapa de Oriente Próximo surgido del siglo XX, pero el mal de fondo que lo encumbró sigue presente en EEUU y en Europa. Se llama fanatismo sin importar el idioma, la religión y el disfraz. Aunque son malos tiempos, existen millones de personas ahí fuera empeñadas en construir un mundo más justo. Solo necesitan publicidad y apoyo.