CATALUNYA

Lo que falta para ser un país normal

El 51% no es suficiente para declarar la independencia

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Emma Riverola

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Bastaría un 51%. No, debería ser una mayoría contundente. ¿Un 60%? ¿Un 70%? El apoyo necesario para declarar la independencia ha sido motivo de fatigosos debates. No es una discusión baladí. Aceptar que bastaría la mitad de los catalanes para tomar una decisión tan trascendental implica considerar a la otra mitad menos valiosa, menos decisoria. En definitiva, menos catalana.   

Oriol Soler, empresario cultural y uno de los principales artífices de la comunicación del ‘procés’, afirmaba recientemente que no se podía aceptar la independencia con el 50% del país en contra.  

Año 2014, campaña del 9-N. A mediados de julio se dio el toque de salida. Por delante, poco más de tres meses para cumplir el objetivo declarado: conseguir una mayoría social a favor de la independencia dispuesta a movilizarse por ella. Estratégicamente, el reto podía abordarse de dos maneras. La primera, hacer un análisis riguroso de las dificultades y, desde la sinceridad, tratar de sumar complicidades. La segunda, crear el espejismo de una independencia conseguida sin obstáculos. La primera opción requería tiempo y esfuerzo. A cambio, la ciudadanía conocería perfectamente las reglas del juego y sabría a lo que se enfrentaba. La segunda opción multiplicaría adhesiones, pero éticamente era muy discutible. Entre el realismo y la falacia, se optó por el trampantojo. 

Se despejó la independencia de incertidumbres y contrariedades. Envuelta en un papel de colores, parecía tan dulce como un caramelo. Con un lenguaje fresco y desacomplejado, se incorporaban peticiones como una mejor sanidad pública, pero se consideraban logros que llegarían con la independencia. La propuesta era pueril. O algo peor. Mientras se centraba el debate en un objetivo simbólico, de nulas posibilidades de implantación a corto y medio plazo, el gobierno de Artur Mas infligía los recortes más duros. No solo se restaba protagonismo a la trágica realidad, sino que además se trataba de borrar otras luchas. 

Pocos días antes de la consulta se lanzó un nuevo vídeo: “Votaré por ti”. Personas relevantes de la política y la cultura mostraban retratos de personalidades a las que dedicaban su voto. Artur Mas votaría por Pau Casals. Oriol Junqueras, por Lluís Companys. Eduardo Reyes (Súmate,) por Paco Candel… Lo más inquietante del espot es que algunos de los fallecidos nunca habían mostrado ningún interés por la independencia. Incluso la sola posibilidad de coincidir en un mismo anhelo político con el presidente de CiU era una traición a su memoria. ¿Puede defenderse esta apropiación de la herencia colectiva? La campaña del 9-N no solo pedía el voto, claramente abogaba por un ‘nuevo país’. ¿Qué hacía sumando a quien no podía aceptar la invitación?  

La campaña ‘Ara es l’hora’ representó un punto de inflexión importante. No solo se profundizó en una banalización de la política cercana a la infantilización. Fue el momento en que, de forma consciente y planificada, se dedicó una fabulosa maquinaria propagandística a fagocitar espacios, personas e historia. Un espejismo de transversalidad, universalidad y unidad que entraba en casas ideológicas ajenas y arrebataba su memoria.  

No solo se ninguneaba a la mitad de Catalunya. Por omisión, también se despreciaban sentimientos profundos arraigados en centenares de miles de personas. ¿Por qué la dignidad solo estaba en un lado? ¿No es plausible creer en la fraternidad de los pueblos? ¿No se puede sentir como propia la herencia del ‘No pasarán’ de Madrid o llorar por la salvaje represión del ejército de Franco en Extremadura? El rechazo al discrepante no hizo más que agravarse con la aparición de futuras campañas. Especialmente con el “esto va de democracia”. Así, incluso aquellos que rechazaban el ‘procés’ por considerarlo un movimiento populista que desdibujaba la derecha y la izquierda eran tachados de antidemócratas. De fachas. De fascistas.  

En las elecciones al Parlament de 2012, el voto independentista (CiU aún lo anunciaba con timidez) aglutinó al 47,87% de los catalanes. En 2017: el 47,5%. Durante estos años, solo se ha multiplicado el dolor y el desprecio. No, el 51% no es suficiente para declarar la independencia. Tampoco se puede ser un país normal mientras se aliente el desprecio a la mitad de su población.  

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