Hoy cumpliría 105 años

Édith Piaf, sin compasión

Siguen diciendo que hacía canción protesta, cuando en realidad solo era canción realista

Édith Piaf.

Édith Piaf.

Silvia Cruz Lapeña

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"¡Pero cómo canta!", escribían los críticos tras oír a Édith Piaf. La frase, sin embargo, solía empezar con "es fea”, "qué bajita” o “parece un niño". Son valoraciones sacadas de la hemeroteca por David Looseley e incluidas en su libro, 'Édith Piaf, a Cultural History. Hoy cumpliría 105 años aquel bebé parido en la calle con ayuda de un gendarme y de quien dijo Marlene Dietrich: “Édith es París". Una ciudad que retrató blanca y rubia y no como ella, que tenía sangre francesa, italiana y argelina. 

Por eso, algunos la acusan de apoyar el colonialismo cuando aún no han concluido qué pensar de su papel durante la Segunda Guerra Mundial. Piaf testificó en la comisión encargada de dilucidar el papel de los artistas durante la ocupación. Allí contó que la primera vez que fue a un campo de prisioneros lo hizo coaccionada, pero la segunda no, pues acudió con la misión de ayudar a escapar a algunos prisioneros (118) dándoles una lata de comida que contenía un pasaporte falso. Solo hizo falta la confirmación de su secretario, André Bigard, para dar por buena una explicación que se recoge tal cual en la "compasiva" biografía de Carolyn Burke, 'Édith Piaf, una vida'. En el 'biopic' que protagonizó Marion Cotillard, el tema ni se roza.

En 'Piaf, un mythe français', Robert Belleret cambió la compasión por el rigor y contó que cantó para los oficiales de Hitler, sí, pero tras rechazar la invitación veinte veces. También que se negó a hacerlo en cabarets alemanes, pero luego se reunió con Goebbels. ¿Conforme, obligada? Quién sabe, pero ocultó de los nazis al pianista Norbert Glanzberg, mientras cantaba en fábricas francesas al servicio de Alemania. Posiblemente Belleret sea quien más ha indagado sobre ella, sin manía y sin fervor. Y eso le bastó para no condenarla. Reduciendo a alguien es más fácil convertirlo en símbolo. Y solo así puede contener a una colectividad, ser su espejo. Pero, ¿qué pasa si el espejo se raja o se gira?

Hay una historia menos conocida de Piaf que la sitúa en un concierto en beneficio de los republicanos españoles en 1938. Lo organizó Louis Lecoin, impulsor de la Unión Pacifista de Francia, que le aconsejó que en ese contexto no cantara temas sobre soldados guapos e inofensivos. Por ejemplo, ‘Mon Légionnaire’: "Tenía ojos grandes y muy claros / Donde a veces pasaban destellos...", gorgoreaba en ese tema Piaf. Hizo caso, pero cuando acabó el repertorio, el público quiso más y ella aceptó sugerencias: "¡Mon Légionnaire!", gritó la masa. Y así, ante miembros del Frente Popular, el gorrión entonó a pulmón batiente: "Era delgado, era guapo / Olía a arena caliente mi legionario..."

No se estilaba aún hablar de “placer culpable”, término que se emplea para pedir disculpas por sentir sin pensar y sin consigna. “Piaf democratizó el sentimiento", escribió Looseley, insistiendo en que aliviar o avivar el corazón no es una función secundaria de la música. Tampoco en la que cuenta historias. "Lo que más me interesa de una canción es la letra”, comentó Piaf y algunos creyeron que se refería al mensaje, cuando en realidad, hablaba de las palabras. Por eso siguen diciendo que hacía canción protesta, cuando en realidad solo era canción realista. Cantó lo que veía, quién sabe si coincidía con lo que pensaba.

En 'C'est un monsieur très distingué', por ejemplo, habla de un casado con el que tiene un lío: "También tiene un perrito / Dicen que hace mucho bien / Su esposa, yo y el perro / Somos de su propiedad". ¿Un alegato contra el capital? No, afirma Looseley: es la impotencia de una infeliz que no puede competir por él con la señora. Tampoco es un grito feminista: quien se agarre a su condición de Pigmalión o dominatrix para argüirlo, patinará otra vez con sus contradicciones. 

"No he hecho otra cosa más que desobedecer", dijo y nos chifla porque se intuye una grieta. ¿Quiénes somos para taparla? ¿Por qué no hacer como Belleret y contemplarla abierta, inconclusa, viva? Es un camino incómodo y no lleva a Hollywood, pero habla de lo que realmente somos: culpables e infalibles (¡Mon Légionnaire!) por más que coticen tanto las conciencias pétreas. ¿Qué hacemos entonces con Piaf? No intentar salvarla. Y sobre todo, escucharla. ¿Acaso es poco?